viernes, 25 de marzo de 2016

Por una mirada

No puedo pensar en algo específico para contar. ¿Necesitaré vivir más experiencias acaso? Contar la historia de un tipo que sentado delante de un monitor teclea sin parar hasta que se le acaben las ideas. Contar la historia de alguien que revisa su pasado cada cierto tiempo para notar cuánto había cambiado. ¿Servía de algo? ¿En qué cambiaría mi vida? Me paré y decidido salí a caminar.

Había un silencio de paz en las calles, solo podía escuchar el viento. Me metí las manos al bolsillo y empecé a caminar directo hacia al parque. Las luces amarillas de los faros le daban un aspecto cálido a las calles. No había nadie a pesar de ser temprano. Eso es lo que me gustaba de vivir aquí y espero que se mantenga así.  Cuando llegué al parque sentí el aroma del pasto recién cortado, se sentía muy fresco todo. Respiro hondo. Lo necesitaba.

Mientras avanzaba, veo una chica sentada en una banca al lado del jardín. Ella me mira, pero yo no alejo la mirada. Tenía los ojos grandes, curiosos y castaños. Un flequillo delgado le caía desde la raíz de su frente.
-Hola, ¿nos conocemos?
Desvió ligeramente la mirada producto de sus nervios.
-N-no creo…
-De hecho te lo estaba proponiendo.
Se ríe llevándose la punta de los dedos a sus labios.
-Me llamo Ramiro, ¿y tú?
-Claudia… nunca te había visto por aquí.
-Lo mismo digo. Imposible pasar por alto a una chica tan guapa…
Se volvió a llevar los dedos a sus labios para ocultar su sonrisa pero esta vez enrojeció.
-Chistoso… -movió su bolso que ocupaba un lugar a su lado y me invitó a sentarme. Cuando me senté movió sus piernas en dirección a mí. Por cierto, llevaba una falda por lo menos siete dedos sobre la rodilla. Solo tuve una fracción de segundo para verlas. Eran largas y parecían duras.
-Y cuéntame… ¿qué te trajo por aquí?
-Las ganas de tomar aire fresco.
-¿No es increíble cómo de la nada puedes conocer a alguien con una historia distinta a la tuya?
-Bueno… si no fuera por mí probablemente solo nos hubiéramos quedado en mirarnos.
-Pues, en ese caso yo estaría arrepentida de no haberte dirigido la palabra….- Sus ojos miraron mis labios y con lentitud acercó su rostro, mi corazón se acelera, cuando estuvimos muy cerca cerramos los ojos y nos besamos lentamente. Su respiración se agitaba, como por inercia, juntamos nuestros cuerpos. Yo la agarraba de la espalda, ella de mi cuello. Podía sentir sus senos, redondos y tiesos pegándose en mi pecho. Nos detuvimos para respirar. Sus labios estaban ahora más rojos y brillantes. Sus ojos aún más grandes. Sonrió y dijo:
-Vaya, que bien se ha sentido.
-Besas muy bien.

Nos besamos de nuevo, esta vez con más ganas. Ella se sentó en mis piernas, pude sentir sus nalgas ahora. Su cartera cayó, haciendo un ruido sordo. No nos importó. Solo quería desnudarla y besarla por todos lados. No aguanté más, llevé mi mano derecha hacía uno de sus senos, era grande y  redondo, no entraba en mi palma. Lo masajeé suave y en círculos. Ella me mordió los labios y soltó un gemido. De pronto un pito perfora mi oído.
-¡JÓVENES! Este no es un espacio público no un hotel. Por favor, les voy a pedir que se retiren.
Claudia se puso muy roja de vergüenza.
-Ya, está bien. Ya nos íbamos.
La cogí de la mano y con paso ligero nos fuimos del parque. Al doblar la esquina, nos besamos de nuevo. Ya podía más. Tenía que estar encima de ella.
-¿Quieres ir a un cuarto?
-Sí, por favor- me respondió casi de forma automática.
Con una sonrisa de oreja a oreja paré un taxi y sin preguntarle por la dirección ni el precio nos subimos y le dije que nos llevara al hotel más cercano. Antes de pisar el acelerador yo ya estaba devorando a Claudia con mis labios.
-Estoy mojada- me dice susurrando- coge mi muñeca y la lleva debajo de su falda. Su ropa interior estaba bastante húmeda. Me excito de sobremanera. Y empiezo a mover mis dedos. Ella no aguanta y se va directo a succionarme el cuello. Quería arrancarle la ropa de una sola vez.
-Ocho soles, amigo.- interrumpió el taxista luego de frenar en seco. Le pagué y de la mano la lleve a la puerta del hotel que tenía un cartel de neón que decía “Eiffel” en letras moradas con fondo negro.

Entramos agarrados de la mano, pedí una habitación, me dieron las llaves y un control remoto. El cuarto estaba ordenado y bien iluminado pero no le pude prestar más atención porque Claudia había empezado a besarme, pasando sus dedos por encima de mis pantalones, sintiendo mi pene que estaba duro. Levantó su pierna derecha y la enroscó en mi cintura. La cargué y la recosté en la cama. Le arranqué la blusa, no llevaba sostén. Sus senos eran naturales y perfectos. Enterré mi nariz en ellos y empecé a besarlos uno por uno. Sus pezones rosados estaban erectos y cuando me atreví a pasar la punta de la lengua por uno de ellos, ella se retuerce de placer. Me quito el pantalón con mucha prisa. Meto mis manos por debajo de su falda y le quito el calzón con angustia. Levanto sus piernas. Cojo mi pene que para entonces estaba más grueso que nunca. Mi glande roza con su coñito que estaba empapado. Entra a la primera, despacio, por completo hasta la base del tronco. Ella da un suspiro larguísimo. Me tiene agarrado de la espalda. Se la clavó con fuerza. Se muerde los labios y gime por dentro. Ahora tiene las manos en mi cuello y me mira a los ojos. No necesitaba pedírmelo, me rogaban no parar. Lo hice más rápido. El placer se apoderó de mi cuerpo entero y la cogí de la cintura, la penetraba con mucha fuerza. Mis testículos chocaban con sus nalgas.
-Qué rico, no pares, qué rico. Me encanta.- Alzaba su pelvis al mismo tiempo que gemía muy fuerte.
Saqué mi pene y eyaculé en sus pechos, su cuello y cerca de su boca. Me sentí demasiado satisfecho.
Me recosté a su lado, estaba como una pluma. Ella estaba recostada de lado, mirándome con esos ojos que me cautivaron desde el primer momento, hace una o dos horas. No lo sé. Ni me importaba. Posó su brazo por encima de mi pecho.
-Oye, me encantó…
-A mí también- le dije sonriendo. Ella llevó su mano hacia mi pene y sentí como sus dedos largos me masturbaban. Su rostro cambiaba, tenía la boca abierta.
-Ah… ah… ah... ah, ah, ah, ah.
-¿Qué pasa?
-Ah, ah, ah, ah, ah, ah.
Mi corazón dio un brinco. Estaba sentando en mi cama, con el calzoncillo pegajoso y demasiado frustrado de estar una vez más en la realidad. Era mi alarma. Por supuesto, jamás una chica sería tan fácil de conquistar. Resignado, volví a dormir porque era feriado.



domingo, 2 de septiembre de 2012

A escondidas y en silencio (microrrelato)


-¿Estás segura que no nos escucharan?
-Sí, tranquilo, estamos como que al otro lado de la casa.
-No sé... tu mamá me miraba con una cara de poco amigos.
-No te preocupes, ella es así con las personas que recién conoce.
-Está bien pero promete no hacer tanta bulla.
-Sabes que eso no depende de mí- me dijo mientras se acercaba a mis labios y llevaba su mano a una de mis nalgas.

Nos estuvimos besando un buen rato, empezando con caricias, roces y jadeos. Luego nos dirigimos al sofá y seguimos devorándonos con los labios. Ella se sentó sobre mí de tal manera que sus senos quedaron a la altura de mi rostro y sus pezones apuntaran a mis labios. Metí mi mano por debajo de su blusa y con una cautela de serpiente llegué a tocar uno de sus senos, que ya estaban rígidos. Quería  saborear sus tetas, ya no resistía más. Le quite el polo y con las manos exprimí sus senos mientras mi lengua revoloteaba sin control sobre el aura que rodeaba su pezón. Ella soltaba leves gemidos de placer. Poco a poco mis labios fueron subiendo hasta sus hombros, su cuello, una pequeña mordida en la oreja. Mi falo estaba a punto de hacer un agujero en mis pantalones. Ella al parecer se dio cuenta y dirigió una de sus manos hacía mi paquete mientras nos seguíamos besando. “Qué rico, está bien durita”. Me fue besando y rozando sus uñas por mi pecho hasta que llegó a mis pantalones y los quitó con una paciencia y una sonrisa en los labios como niña que abre un regalo de navidad. Cuando terminó de quitarme los calzoncillos cogió mi falo con su delicada y suave mano, lo dirigió hacía sus labios, le dio un beso y empezó a masturbarme, mirándome a los ojos, mientras esta vez empezaba a sentir su boca devorando toda mi verga tiesa lentamente. Se sentía caliente y cuando pasaba la lengua por el tronco me daban ganas de clavárselo de una sola vez. Ella se paró, se quitó las bragas rápido y despacio se sentó sobre mi verga que ahora entraba en su jugoso y prieto coño. Estaba cabalgando en mi falo, y en su cara se notaba que lo disfrutaba muy placenteramente, con los ojos cerrados y con la boca ligeramente abierta de donde salían inaguantables gemidos. Se pegó a mi oído y empezó a gemir más fuerte mientras que esta vez yo la sujetaba de la cintura para clavárselo cada vez más rápido y con más fuerza. Sus senos rebotaban sin parar y ella ya empezaba a sudar. Estábamos ardiendo en placer. Mordí uno de sus pezones y ella emitió un grito de dolor mezclado con placer, lo que ocasionó que yo lo hiciera aún más rápido. “Hazme venir, hazme venir, no pares, vente en mí”. La tumbé boca arriba en el sofá, ella envolvió sus piernas y la penetré con una fuerza hercúlea mientras ella clavaba sus uñas en mi espalda y se quedaba sin aliento al mismo tiempo que se estremecía. Nos corrimos y nos quedamos un momento recostados mientras salíamos de ese estado de éxtasis; pues, nos teníamos ganas desde que nos vimos esa noche, después de tres años.
-Ya vístete que tenemos que regresar, los invitados están afuera.- me dijo mientras se sentaba y buscaba su ropa interior en el piso.
-De acuerdo, petite, vamos- y también empecé a buscar el resto de mi ropa. 



domingo, 25 de marzo de 2012

Lluvia de verano

Advertencia: esta es la continuación de La locura perfecta. Aunque se puede leer este relato y no habrá ambigüedad alguna. 




-Rapsodia bohemia, rapsodia bohemia... rapsodia bohemia.
Me había dicho Jhonatan susurrando pausadamente mientras acariciaba con uno de sus dedos mi espalda desnuda sobre la cama. No le presté atención: estaba agitada, habíamos practicado el sexo por unas horas y quería dormir pero esos momentos eran ocupados por Rafael en mi mente. Sus ojos misteriosos en la eternidad de la noche estrellada, su sonrisa, sus cejas pobladas.
-¿Ya te quedaste dormida?
-No, lo siento, ¿qué dijiste?
-Nada, solo era una canción.
-Estaré dormida.
Me eché de costado y Jhonatan me dio un beso suave y largo en mi hombro. Luego escuché el sonido de la cama mientras él se acomodaba para dormir también. Cerré los ojos y vi a Rafael marchándose con una mano en el bolsillo y con la otra llevando un cigarrillo a sus labios. Lamenté mucho dejarlo así.

Desperté en mi habitación casi al mediodía e intenté llamar a Rafael, de inmediato habló la contestadora ofreciéndome dejar un mensaje en la casilla de voz. Tenía muchas ganas de verlo otra vez, hacer lo prohibido, que la tentación me lleve a la locura pasional. 

Durante todo el resto del día no tuve ganas de nada. Todo me parecía completamente sin sentido y en vano. A Jhonatan le dije que iba a estar muy ocupada estudiando. Esperé a la noche y decidí ir al parque donde me vi con él después de muchos años. El parque estaba más solitario y silencioso que de costumbre y el viento azotaba violentamente. Caminaba con los brazos cruzados y no podía tener los ojos normalmente abiertos. Estaba tiritando de frío cuando me pareció ver una pequeña luz junto con un sonido repetitivo que, si no me equivocaba, nacía de un encendedor. Me fui acercando y me di cuenta que era Rafael intentando prender un cigarrillo. Me senté a su lado y seguía concentrado en su encendedor con un cigarrillo que salía de sus labios.
-Te he estado buscando todo el día...- le dije con un poco de miedo.
Él dejó de maniobrar con el encendedor y subió solo la mirada hacía mi rostro. Me clavó esa mirada venenosa y volvió a intentar prender su cigarrillo, esta vez con una mano haciendo una cueva alrededor del encendedor. Recosté mi espalda en la banca de madera y contemplé los grandes árboles que formaban parte del estrellado firmamento. Dejó de sonar el encendedor y pude ver un vaho gris transparente. 
-Hace frío, ¿verdad?- dijo volteando su rostro para mirarme, satisfecho, probablemente por haber encendido el cigarrillo después de muchos intentos.
Se quedó mirándome y yo solo me limité a sonreír expresando asentimiento. Alejó un poco su mano que sostenía el cigarrillo de su rostro y me dijo: “¿quieres un poco?”.
Le recibí sin contestar y aspiré una bocanada, me relajó un poco y empezaba a calentarme.
Estuvimos en silencio, sin mirarnos, solos en un desierto de césped y árboles. Por unos minutos hasta que sentí que me caía una gota fría sobre mi mejilla, toqué la gota y, mientras la veía en la yema de mis dedos empezaron a caer gordas gotas multiplicándose cada segundo hasta que el lugar se convirtió en una ducha inmensa. 
-Vamos a mi casa- me dijo mientras colocaba su casaca sobre mi cabeza como alternativa de un paraguas.
-Está bien vamos- y nos fuimos caminando muy pegados y con miedo a caernos.

Su casa era acogedora, cálida, ordenada y estaba bien adornada. Los ornamentos parecían estar ubicados en el perfecto lugar sobre las repisas. Me pidió que lo siguiera hasta su habitación y me sentí muy curiosa por todas las cosas que había para observar. Se fue diciendo que traería un par de tazas calientes de cocoa y que no tardaría. Mientras tanto me quedé sola en su cuarto, paseándome y contemplando los cuadros, estaban The Beatles, mujeres desnudas de diferente color de piel sentadas al borde de una piscina dando la espalda donde se habían pintando los álbumes más reconocidos de Pink Floyd, la cara de Malcolm McDowell mirándome con soberbia y una pestaña postiza en el ojo derecho. Había una guitarra descansando sobre un pequeño mueble, parecía muy bien cuidada porque relucía. También había un estante de libros: estaba repleto y parecía que faltaba espacio porque había libros sobre una hilera de libros y, por último, la cama que no tenía nada de especial. Ahora estaba parada en el centro de la habitación, mi blusa estaba empapada y se había pegado a mi piel. Decidí quitármela y buscar un polo en el armario de Rafael porque de seguro pescaba un resfriado. Me estaba desabotonando cuando notaba que mis pechos estaban un poco calientes y duros. Pasé suavemente mi mano sobre uno de mis senos y lo empecé a sobar suavemente, me excitaba estar en su cuarto, él estaba aquí también, estábamos solos, nadie nos veía, era nuestro mundo privado. De pronto, siento que mi celular vibra en mi pantalón. Tenía cinco llamadas perdidas de Jhonatan y un mensaje. El mensaje rezaba:
Voy a amarte hasta que el cielo detenga la lluvia
Voy a amarte hasta que las estrellas caigan del cielo para ti y para mí
Supongo que estarás dormida, ha estado lloviendo por horas, espero que estés bien. No confío en los mensajes de voz. Llámame cuando puedas. Un beso”.
No le di importancia al mensaje y coloqué el celular sobre el escritorio. Terminé de sacarme la blusa y también el sostén. Estaba con el torso desnudo, mis senos estaban erectos, sensibles y redondos. Decidí quitarme los pantalones también porque me fastidiaba que estén tan pegados (miento, me muero de ganas que Rafael me vea desnuda). Cuando terminé de quitarme el pantalón, escucho como se rompe, muy cerca de mí, lo que parecía ser porcelana. Volteo la mirada hacía la puerta de la habitación y estaba Rafael con una taza en la mano y enteramente pasmado. En el piso, se había formado un pequeño charco con trozos blancos de lo que antes era una taza. Solo tenía puesto mis bragas que eran negras y ahora lo miraba de frente y él se había quedado como hipnotizado mirando mis senos. “Lo siento, mi ropa estaba muy mojada y quería ver si podía coger un polo de tu armario”, cuando terminé de decir eso, él ya había dejado la taza en el escritorio y se estaba acercando a mí lentamente, buscando mis labios y yo los de él. Nos besamos lentamente y, sin darme cuenta, colocó su mano sobre uno de mis senos y lo apretó suavemente, continuó bajando su mano por mi vientre hasta que frotó mi coño por encima de mis bragas “Aquí también está muy mojado”- me dijo susurrando. Me excitó tanto eso que le mordí los labios y él respondió besándome más rápido y con violencia. Sin sacarme las bragas, metió sus dedos directo a mi coño y empezó a sobar en círculos mi clítoris. Solté un gemido tirando mi cabeza hacía atrás y se fue directo a mi cuello. Sentía su lengua caliente rozar mi piel. Me cargó y me echó suavemente en la cama y ahora estaba sobre mí, ahogándose en mis senos que ahora estaban durísimos, ya estaba enloqueciendo por sentir su verga. Se quitó el polo a la velocidad de un rayo y yo me senté sobre la cama para bajarle el pantalón. Sobre sus boxers se notaba un enorme bulto, su verga estaba reventando dentro. Bajé con cuidado sus boxers y un falo erecto y al parecer muy duro estuvo frente a mis ojos. Con mi mano derecha empecé a sobarlo y a masturbarlo mientras veía su rostro extasiado. Pasé mi lengua por todo el tronco primero y me metí poco a poco su verga. El agarró mi cabeza y empezó a hundirla en su verga. Lo estaba masturbando con mis labios y sentí que su falo se puso incluso más duro en mi boca. “Ven” me dijo y me colocó boca arriba en la cama, abrí las piernas, el cogió su falo y sentí como la cabeza entraba suavemente por mi coño empapado. Era la verga más gruesa que había sentido y di un gemido de placer. Sentía como su pelvis chocaba con mi clítoris. Me dolía un poco pero el placer era mucho mayor y por nada del mundo quería que dejara de penetrarme.
“Fóllame fuerte, más duro, reviéntame”- le decía en el oído con susurros violentos.
Cuando escuchó aquellas palabras se puso aún más cachondo y empezó a moverse más rápido, aumento la velocidad y la fricción. “Sí, sí... no te detengas, qué rico, me encanta”. Parecía imparable hasta que redujo su velocidad pero aumento su potencia. La penetración pausada pero fuerte hacía que sus pelotas chocaran contra mi coño y eso me excitaba todavía más. Mientras hacía eso, él me mordía uno de los pezones y con una mano apretaba con mucha fuerza el otro. Estaba poseída del placer y estaba por correrme cuando le mordí el brazo y él se corrió dentro de mí y sentí como ese líquido espeso y muy caliente chorreaba por mi coño, eso fue lo que me llegó al líbido y también me vine al mismo tiempo. Fue el mejor sexo que haya podido experimentar.





Ahora estábamos echados sobre su cama, jadeando de placer y satisfechos. Mi celular empezó a sonar y a vibrar, haciendo ruido sobre la mesa. No quise contestar.
-¿No vas a ver quién es?
-No... no creo que sea importante.
Y lo abracé y coloqué mi cabeza sobre su pecho.
El celular seguía timbrando.
-¿Segura que no es importante?. Tal vez es tu novio.
Me levanté y fui hacía el escritorio y cuando llegué, el celular ya había dejado de timbrar y había un mensaje de voz, era de la voz de Jhonatan que decía que iba a salir con sus padres y que me amaba.
-¿Era él?
-Sí, pero no era importante. Escucha, me tengo que ir, estuvo increíble. 
-¿Lo volveremos a hacer?
-No apagues tu celular y ya veremos- le dije en tono amenazante pero en el fondo me gustaría tirármelo todos los días.
-Está bien. ¿Conoces la salida, no?
Le respondí con una afirmación mientras terminaba de cambiarme, la ropa todavía estaba un poco húmeda pero podría sobrevivir hasta mi casa.

Luego de despedirme, me encontré en la calle y caminé varias cuadras. Había dejado de llover pero la acera todavía seguía empapada. Pasé por el parque donde había estado  con Rafael hace unas horas  y vi a una pareja de hombres caminando delante de mí, abrazados, por ratos se besaban. Aceleré el paso y pasé a la pareja y los mire de frente. Sentí como si un cuchillo hubiera traspasado mi pecho: era Jhonatan abrazando a un tipo, bastante apuesto. No lo podía creer, empecé a llorar y a gritar iracunda mientras Jhonatan trataba de excusarse, hasta que el otro tipo le dijo que me dijera la verdad y que ya dejara de fingir. Le grité con todas mis fuerzas y corrí con las manos en los ojos para secarme las lágrimas. Me quiso sostener pero me fui completamente decepcionada en ese momento. Cuando sentí que ya había corrido lo suficiente y percatarme si Jhonatan no estaba cerca, me senté en la acera y eché a reír de felicidad y de confusión al mismo tiempo. Él era gay, y me había engañado no sé por cuánto tiempo, al igual que yo también lo he engañado con Rafael. Creo que después de todo este tiempo, no sentía nada por él. Sin embargo, todos vivíamos felices, ambos comiendo la verga de nuestros respectivos amantes y felices. Felices sin que el karma nos devuelva el golpe de nuestros errores. Era feliz y saltaba sobre la acera mojada sin importar que se manche mi ropa con el fango. 

jueves, 1 de marzo de 2012

La locura perfecta


   Era una noche normal de vacaciones, estaba haciendo tic-tac con los momentos que componían el día monótono. Fumando un cigarrillo rubio bajo el cielo estrellado, caminando por un parque pequeño que estaba mayormente cubierto por césped hasta que vi una banca de madera y se me antojó sentarme. Tenía los audífonos puestos escuchando a Pink Floyd y no podía escuchar nada a mí alrededor, solo me perdía por completo en el melodioso piano de The Great Gig on the Sky, aspirando la nicotina y expulsando el humo transparente del cigarro. Mi pequeño nirvana se interrumpe cuando siento que una mano me sacude desde el hombro.
-...llamando desde la esquina-fue lo único que escuché al sacarme los audífonos.
-Lo siento, ¿qué dijiste?- le pregunté a la chica que había aparecida de repente y que no podía apreciar lo suficiente porque estaba muy oscuro.
-Dije que te estaba llamando desde la esquina, Rafael. 
-¿Y tú eres...?
-Soy Alejandra, nos conocimos en secundaria ¿lo recuerdas?.
En ese momento se acercó un poco más hacía mi rostro y la reconocí pero aún así me costó trabajo reconocerla, pues, había cambiado desde aquella época escolar. Había perdido peso considerablemente, tenía el cabello más ordenado, labios pequeños y rosados y una mirada muy viva que ahora expresaban sus ojos hacía los míos. 
-Claro, Alejandra... estuvimos estudiando solo hasta tercero de media. ¿Qué pasó contigo?
-Me cambiaron de colegio, a mis padres no le parecieron suficiente la exigencia académica de aquella escuela. 
Y durante bastante rato estuvimos charlando sobre nuestro pasado, cosas banales y hasta clichés.
-¿Y qué haces por estos lugares?- le pregunté
-Vengo de la casa de mi novio, vive cerca de este parque que por alguna extraña razón siempre quise conocer. Llevamos cinco meses hasta hoy.
-Qué bien... qué bien- le dije sin ningún ánimo de que me importa y asintiendo la cabeza. Prefería que ella hable porque de esa manera podía contemplarla más tiempo. 
-Escuché que tenías un blog- me dijo de manera curiosa.
-Escuchaste bien, tengo tres y últimamente estaba escribiendo en el que es erótico. Ya no escribo hace tiempo.
-Jajajá. Relatos que escapaban de tu basta imaginación.
-Y de los tiempos que tenía enamorada.
-Guao... te hice recordar.
-Jajajajajá. Me hiciste recordar que me gané problemas por eso
-¿Qué clase de problemas te pueden ocasionar unos relatos?
-Solo me dijo que la estaba perjudicando socialmente.
-¿Y por qué se separaron?
-Larga historia. Éramos muy pasionales o un par de enfermos como nos decían muchos.
-Yo aún no tengo nada con Jhonatan, mi enamorado. Pienso que se da con el tiempo y ya llevamos cinco meses. Aunque... últimamente nos sentimos más propensos a hacerlo.
-¿Y qué estás esperando? ¿El matrimonio? Jajajajá. No en este siglo.
-¿Sabes?. Me propuso casarnos.
-Qué inocente e incrédula-pensé- Tal vez solo es una manera de convencerte a llevarte a la cama.
-Sí, lo mismo digo. Le dije que no, que esperara que yo se lo pida. Se lo voy a pedir el domingo si llueve.
-Jajajá. Buena suerte entonces.
Aburrido de sus cursilerías, le dije que tenía que irme y me dejó su número de celular. Al momento de que se levantó quedé sorprendido por sus curvas, sus redondeados y notorios pechos, el pantalón pegado que sobresaltaba sus largas y contorneadas piernas. Aquella noche se me hizo difícil dormir.
Pasaron unos días y mi celular empezó a timbrar mostrando el nombre de Alejandra en su pantalla. Le contesté y me preguntó por mi estado de ánimo que, como todas las personas, esperan a que conteste que estoy bien. 
-Ayer fue día de lluvia, lo cité cerca de mi casa a eso de las 10 pm y yo estaba con un vestido corto.
Imaginármela con un vestido corto no fue nada difícil. 
-¿Y qué pasó?
-Él llegó y nos empezamos a besar un buen rato, entonces el me alzó y empecé a morder sus labios.
-Suena delicioso.
-Lo fue, la calle estaba vacía.
-¿Y pasó  algo?
-Él toco con sus manos mi pecho y yo le pregunté qué es lo que estaba haciendo y me dijo “buscando tu pezón” y yo le ayudé a hacerlo. Estábamos muy excitados y todo pasaba bajo la lluvia.
-¿Estás tratando de encenderme? Porque lo estás logrando.
-Jajajajá. Noooo, nooo, para nada. Acostumbro a citarlo de noche cerca a mi casa. Ahora sus labios están hinchados.
-Me solía pasar esos de los labios hinchados.... describes bien.
-Jajajá. Me encanta decirle “puedes hacer de mí lo que quieras”. ¿Y tú qué hacías con tu ex enamorada?
-Nos manoseábamos en todos lados, lo hacíamos en todos los lugares qué podíamos. A escondidas de nuestros padres, en el baño de la casa de algún amigo que hacía una fiesta.
-Vaya, te divertías entonces... bueno, me tengo que ir. Te llamo otro día, adiós.
Y colgó el celular sin dejar que me despida de ella.

Durante varios días estuve pensando en ella, en su cuerpo. En como se había dejado tocar y los susurros calientes que le decía a su enamorado en el oído. 
Esta vez pasaron semanas y yo estaba solo en mi habitación, echado sobre mi cama fumando cannabis con mi pipa y escuchando el disco completo de The Dark Side Of The Moon. Me sentía como si flotara mientras escuchaba los gritos de la soprano emitidos por mis potentes parlantes. De pronto, siento que mi celular vibra en mi pierna, dentro de mi bolsillo, lo saco y veo el nombre de Alejandra en la pantalla.
-¿Aló?
-Hola, Rafael, estoy cerca del parque donde nos vimos la última vez. ¿Nos podemos ver?. Necesito contarte algo.
-Claro, estaré ahí en seis minutos. Nos vemos ahí, en la misma banca.
-Adiós
Llegué al lugar de encuentro y de tan solo verla, me provocó una erección. Tenía una sonrisa en el rostro y una falda corta. Nos sentamos para comenzar nuestra charla. 
-Tus ojos están un poco rojos- me dijo
-Es que acabo de levantarme.
¿Te levanté?. Lo siento muchísimo. Odio hacer eso.
-No es nada. ¿De qué querías hablarme?
-Lo llegue a hacer.
-¿Y te gustó?
-Déjame contarte. Fue mi primera vez y la de él también.
-Sí... claro, su primera vez-pensé- ¿y estuvo bueno?
-No lo pudimos hacer en su casa ni tampoco en la mía.
-¿En un hotel entonces?
-Todo el catorce de febrero la pasamos en un cuarto de hotel.
-Qué bien... entonces la pasaste muy bien durante horas.
-Sí
-Te envidio, hace meses que no tengo ese tipo de aventuras y creo que ya me está haciendo falta.
-Lo hicimos varias veces... fue como si nos hubiéramos tenido hambre o algo así.
-Qué rico.
-Él me tocó todo. Hubo un momento que me cargó y me llevó hacía la ducha.
No podía más, mis pantalones estaban a punto de reventar. Temía que note mi enorme erección.
-¿Y qué más pasó?
-Me tocaba todo, me empezó a morder los senos. En realidad yo se lo pedía. Te diría exactamente cuántas veces lo hicimos pero perdí la cuenta.

Me sorprendió la confianza que me había dado para contarme todo eso. La estaba deseando muchísimo en esos momentos, quería tocarla, sentirla.
-Creo que también tengo ganas de hacértelo- le dije sin pensar en las consecuencias de aquella frase.
-Jajajá. ¿Enserio?- dijo tornándose muy roja y riéndose nerviosamente.
-Perdóname, me he pesado, lo siento mucho.
-No te preocupes... ¿creo?
-Es más excitante, creo, hacerlo con un amante. Hay más pasión, más fuego.
-Yo pienso lo mismo.
-El corazón bombeo más rápido la sangre que recorre por tus venas a una velocidad increíble. Provocándote unas ganas insaciables de sexo.
-Por lo prohibido que es.
-Exacto, nadie se enteraría, no tenemos amigos en común... ¡Puta madre!. Perdóname de nuevo, esta vez sí me he pasado. Soy un descarado.
-Jajajá. Pero es cierto, no tenemos amigos en común. Sería un gran secreto.
-Como tú quieras llamarlo. Es excitante de tan solo pensarlo.
-Lo es. Sería la locura perfecta.

De pronto acerqué mis labios a su rostro lentamente y con los ojos cerrados empezamos a besarnos lenta y apasionadamente. Me pasó el brazo por el cuello, me dejó de besar por un segundo y en el oído, susurrando, me dijo: “tócame, tócame todo lo que quieras”. Y mis manos se fueron directo a sus redondos senos, apretándolos mientras la besaba ahora más violentamente y ella daba suspiros de placer. Sin darme cuenta, con su mano izquierda, empezó a frotar mi falo sobre mis pantalones. Hice lo mismo con una mano y la pasé suavemente por su pierna hasta llegar a sus bragas. Estaba bastante húmeda.
-Estás muy mojada- le dije susurrando.
-Sí...- me lo dijo, muy bajo. Su excitación la había vencido.
-Vamos a mi casa.- Le dije mientras le besaba el cuello y la frotaba sobre las bragas. 
-No, no, no puedo ahora.
-¿Por qué no?- y la dejé de besar y acariciar.
-Loquito, se paciente. Tengo que llegar temprano a mi casa.
Estaba realmente enojado por aquel corte pero no lo quise expresar.
-Bueno, está bien... ¿cuándo nos vemos entonces?.
-Sé paciente, yo te llamaré.
-Está bien, está bien. Bueno, me tengo que ir.
-¿No me vas a acompañar a la parada de autobús?
-No, lo siento. Chau.- y me fui controlando mi ira por dentro.
Esa noche apagué mi celular y solo me quede encerrado en mi habitación en la cama con los brazos cruzados sobre la almohada mirando el techo y recordando todo lo ocurrido. Sin darme cuenta, me quedé dormido en poco tiempo.
No prendí mi celular hasta la tarde del día siguiente. Tenía un nuevo mensaje de voz:
“Hola, Rafa, solo quería decirte que me provocaste mucho ayer y no pude dejar de pensar en ti toda la noche. Siento mucho haberte dejado con las ganas. Devuélveme la llamada para quedar de nuevo y enredarnos en las sábanas. Un beso... donde quieras”.
(Continuará)

martes, 24 de enero de 2012

El trabajo soñado


Soy un joven estudiante de leyes que estaba buscando trabajo en un país donde es muy difícil (por no decir imposible) conseguirlo. Gracias a mi padre, aprendí a arreglar ordenadores y básicamente buscaba algún trabajo relacionado con la asistencia técnica de estos. Había inundado de anuncios gran parte de mi distrito (pegué algunos en los postes, en las vitrinas de las tiendas, de los supermercados e incluso repartí volantes. Estaba realmente desesperado por un poco dinero y, por orgullo, no le pedía ni un centavo a mi padre. Necesitaba el dinero para comprarme un auto respetable (no como algunos vegestorios que tienen algunos de mis amigos), no pedía un Ferrari pero tampoco pensaba conformarme con un pedazo de chatarra con ruedas.


Pasaban semanas y ni mi celular ni mi teléfono sonaban con la intención de ofrecerme un trabajo. Pasaba mis días aburrido ayudando en casa y enterrando mi nariz en el Código Civil. Hasta que un día, mientras estaba echado sobre mi cama viendo el techo y recordando episodios de mi vida, siento que mi muslo derecho vibra y emite al mismo tiempo la novena sinfonía de Beethoven versión ringtone. Era un amigo que tenía un problema bastante conocido en su computadora y que quería que vaya a su casa lo antes posible porque necesitaba escribir un ensayo sobre La Nausea de Sartre. No me lo pensé dos veces y le dije que estaba ahí en menos de quince minutos.

Llegué a su casa en doce minutos para ser exactos. Tiene una casa muy grande, una mansión diría yo, con un gran jardín antes de llegar a la puerta de entrada. Toqué el timbre y, mediante el intercomunicador escuché la voz de mi amigo diciéndome que no tardaría en abrir. Cuando abrió la puerta, lo saludé con un gran abrazo y un fuerte apretón de manos (pues, no lo veía desde que habíamos terminado la escuela hace 4 años). Y entramos a su casa. Me empezó a hablar de lo que estaba haciendo y sus planes para el futuro pero yo no le presté mucha atención, pues, mi atención estaba abstraída con el escenario que mis ojos presenciaban. Dentro había muebles que parecían ser muy caros, alrededor de una pantalla gigantesca plana colgada como un cuadro. Seguimos caminando y había una mesa de billar muy elegante de madera clara y pulida. El ambiente era realmente acogedor y sonaba en todo lugar música instrumental. Al costado de la mesa de billar había una gran puerta transparente hecha de vidrio y por donde se podía ver a través una piscina grande rectangular con agua cristalina moviéndose tranquilamente. Alrededor de la piscina había pequeñas mesas con sombrillas y asientos de madera para recostarse y tomar el sol. Con el infernal calor que había ahora mismo me dieron unas tremendas ganas de darme un chapuzón. Finalmente, subimos unas escaleras alfombradas y llegamos a un segundo piso que parecía ser un estudio porque solo había una enorme mesa transparente, y alrededor videojuegos arcade. Sobre la mesa estaba su ordenador.
-Colega, cada vez que trato de abrir el world me sale una pantalla azul. ¿Crees que puedes arreglarlo?
-Claro, claro. Es un problema bastante conocido. Lo he arreglado antes.
-Bueno, te la dejo en tus manos entonces. Iré a recoger a Claire para irnos a la casa de campo.
-¿No tenías que escribir un ensayo?
-Lo haré cuando regresé, tío. Un fin de semana con la novia en la casa de campo no se disfruta tan fácil.
-Tienes razón, buena suerte entonces. Échate un polvo a mi nombre.
-Eso sonó un poco repugnante. Consíguete una novia, pajerillo- me dijo en tono bromista y soberbio al mismo tiempo-Ha, por cierto, lo que cobres, se lo pides a mi mamá que está en el primer piso. ¡Ciao!.
-Jajajajajá. Lo haré, Jack, lo haré. Adiós.
Y Jack se fue y dejando atrás el ruido de la escalera al ser pisoteada.

El problema que tenía su ordenador no era cosa sencilla. Estaba perdiendo la paciencia pero no podía rendirme tan fácil y dejarlo como me lo entregó. El calor me estaba asesinando y me moría por un vaso de agua helada. Decidí bajar y tratar de buscar la cocina por mi cuenta. Cuando terminé de bajar las escaleras, miré hacía la piscina y me quedé contemplando una escena que llamó muchísimo mi atención. Era la mamá de Jack, echándose una especie de aceite sobre sus finas y carnosas piernas. Se echaba un poco en la mano y luego levantaba su pierna derecha hacía y pasaba su mano derecha por toda su pierna suavemente hasta que llegaba a sus muslos y lo esparcía de forma circular. Su piel quedaba bronceada de un color naranja oscuro. Cuando se levantó, todo su cuerpo brillaba bajo el sol, llevaba un bikini muy sensual. Era increíble como una mujer de su edad podía tener una figura tan espectacular. Podía notar sus redondos y levantados pechos, su abdomen plano, sus tentadoras piernas y su cabello castaño claro que se movía con la brisa del aire. Tenía puestos unos lentes negros y mientras se estiraba giró su cabeza hacía mi dirección y me vio. Sentí pánico en ese momento y desvié la mirada buscando un lugar donde esconderme. No funcionó, a los pocos segundos, escuché su voz.
-Hey!. ¿Tú eres amigo de Jackie, verdad?. Has venido por lo de su ordenador.
Me tranquilicé y di un suspiro. Seguía un poco nervioso de todas formas.
-S-sí... soy yo.
-¿Estás buscando algo? ¿necesitas ayuda?. Ven aquí para escucharte mejor y no tener que estar gritando.
Me acerqué cuidadosamente y salí hacía el patio de piscina. En cuanto entré, ella subió sus lentes ligeramente sobre sus cejas con una mano. Y sonriendo, dijo.
-Hola, ¿qué hacías por ahí medio perdido?
-Pues, solo andaba buscando algo de beber. El calor me ha dado mucha sed.
-Has venido al lugar indicado entonces-dijo amablemente. Se acercó hacía una de las mesas con sombrilla que tenía una botella de Chivas Regal sobre ella. Cogió con una pinza metálica de una cubeta de plata un par de cubos de hielo y me preparó un Whisky en las rocas.
-¿Ya tienes edad suficiente para beber, verdad?- me dijo mientras me alcanzaba el vaso.
Solo le respondí con una sonrisa tímida y acerqué el vaso a mi boca. Me tomé el trago muy rápido producto de la sed que tenía y dejé el vaso todavía con los cubos de hielo sobre la mesa.
-Vaya que tenías sed. Siéntate, por favor, te acompañaré a tomar otro.
-Está bien, gracias- le dije sonriendo.
Sirvió dos vasos de whisky en las rocas y mientras tomaba tranquilamente mi trago, pude notar de soslayo que la mamá de Jack no dejaba de mirarme.
-Chivas Regal de 25 años de edad, ¿verdad?.-pregunté para romper el hielo.
-Así es, tiene casi tu edad.- dijo la mamá de Jack con una carcajeada.
-Y la música, ¿Chopin si no me equivoco?.
-Así es, y se llamaba como tú, Federico.- me dijo después de tomar su último sorbo de whisky.
-Jejejé- reí ligeramente sonrojado recordando estúpidamente la escena de La Caperucita Roja. En este caso yo era la caperucita y ella la loba. Y yo me quería comer a la loba. No podía dejar de mirar sus grandes pechos cubiertos de aceite.
-Tienes muy buenos gustos por lo que puedo escuchar.
-Pues, sí, usted también por lo que veo y vi al momento de entrar a esta maravillosa y acogedora casa.
-Gracias, Federico. Son cosas que compró mi antiguo marido. Bueno, me voy a nadar- Acto seguido, se levantó de la silla y dio media vuelta en dirección a la piscina y yo volteé mi cabeza para verla de espaldas. Mientras contemplaba su quebrada cintura y su levantado trasero me quedé pasmado al ver que se quitaba la parte superior del bikini y luego la inferior.
-¿No me quieres acompañar?- dijo medio volteando la cara y, sin esperar respuesta, se dio un clavado contra la piscina.
Me saqué la ropa de un tiro y me tiré, zambulléndome, a la piscina. Cuando mi cabeza y mi tórax salieron al exterior, no pude ver a la mamá de Jack. Tenía en esos momentos una enorme y dura erección. Pensé que tal vez había salido de la piscina rápidamente sin que lo notara pero me sorprendió cuando salió justo delante mío. Clavé mi mirada en sus pechos y sus pezones erectos, ella me levantó la cabeza con un dedo, poso sus brazos sobre mis hombros y me besó frenéticamente mientras alzaba y acomodaba sus piernas alrededor de mi cintura. Logrando que la penetrara suavemente. En ese instante tiró su cabeza hacía atrás dejando ver mejor sus deliciosos senos y emitiendo un gemido. Ella hacía meter su coño en mi dura verga hacía delante y hacía atrás. Cada vez más rápido y cada vez gemía más. “Hazme toda tuya, bribón”. Y empecé a pasar mi húmeda lengua en forma circular sobre sus pezones. “Vamos a la superficie”- me dijo muy excitada al mismo tiempo que jalaba mis cabellos.

La cargué parecida a la misma posición en la que estábamos en la piscina y la recosté sobre la silla para tomar sol, y la abrí las piernas para saborear su coño. Posé mi lengua sobre su clítoris y empecé a moverla de la misma manera a como lo hacen las serpientes. Ella se retorcía de placer con sus manos sobre mi cabeza y su coño escurría un fluido caliente que se diferenciaba con el agua de la piscina. Ya tenía muchas ganas de penetrarla, cogí mi gordo y duro falo, lo pasé primero por su clítoris y sus paredes y le embestí toda mi verga de una sola.  Sus deliciosos senos rebotaban mientras tenía sus pezones erectos y yo la penetraba salvajemente. “Termínate dentro, termínate dentro, por favor”-me decía jadeando de placer. Aquellas palabras me excitaron aún más y la cogí para ponerla en cuatro. La seguí penetrando por su empapado coño mientras le agarraba los senos por detrás. Eso y sus gemidos hicieron que esparciera litros de caliente semen dentro de ella. Ambos soltamos un grandioso gemido de placer.
-Estuvo fabuloso- dijo antes de tomar una bocanada de cigarrillo.- Ahora estábamos echados sobre la silla.
-Es usted una diosa eros, señora- le dije mientras ponía mis manos bajo mi cabeza en pos de descanso.
-¿No te gustaría venir más seguido a arreglar ordenadores?
-Me encantaría- y la besé un largo rato.


Y así, después de unos días, llegué con un auto marca Audi a la Facultad. Mis amigos se quedaron boquiabiertos y no pudieron creer que era yo el que se bajaba del auto.
-Tienes un carro mejor que el de El Decano- dijo uno de ellos. ¿Cómo conseguiste semejante belleza?
-Pues, digamos que ya tengo sueldo fijo-dije guiñando un ojo.

martes, 3 de enero de 2012

La primera vez

 Tenía 17 años, de cabello claro, lacio y largo, ojos pardos, bastante desarrollada para mi edad. "Una princesa" como decía mi novio para eso entonces, Jhon. Él tenía 19 años, un chico atento y, sobretodo, muy paciente.

A pesar de ser virgen, estaba muy informada en cuánto educación sexual. Estaba al tanto de los métodos anticonceptivos y de todos los "rumores" para no dejarme engañar. Por suerte, mis ciclos siempre han sido regulares así que me podía guiar de mis días fértiles. No debía de confiar mucho en eso, pues, la naturaleza es sabia pero cada cuerpo tienes sus detalles.

Llevaba ya 4 meses con mi novio y los besos apasionados junto con ligeras caricias en mis senos era todo el "sexo" que teníamos. Él había estado con otras chicas pero aún así no tenía mucha experiencia en el juego del amor. Pobre, estaba desesperado pues, solo podía calmarlo con mis manitos masturbándolo (que solo me animaba a hacerlo si el llevaba mi mano a ese lugar). Pasaron los días y poco a poco me fui animando a ampliar nuestro aspecto sexual.

Una noche, estábamos caminando por el malecón, nos habíamos ido a tomar unos helados y fuimos a parar a un parque donde solo se pueden ver parejas besándose algunas con ternura y otras con pasión hasta violenta. Nos sentamos en una banca pintada de garabatos (amores eternos encerrados en corazones flechados, pequeños poemas improvisados e incluso dibujos obsenos). Estuvimos besándonos por un largo rato mientras él se cogía de mi cintura suavemente con sus dos manos y una hermosa luna que nos contemplaba desde lo alto del firmamento nos invitaba a pasar un caluroso momento. Mediante iban pasando los juegos, se estaba despertando en mí lo que sería excitación o, en dicho en otras palabras, me estaba calentando con las cosas que me hacía Jhon (ya para esos tiempos, las caricias en mis senos eran algo que deseaba muy ansiosamente y en más de una oportunidad había sentido sus manos en mis desnudos muslos que solo retiraba cuando notaba que sus dedos querían irse un poco más allá de lo debido). No podía más, quería sentir su piel, buscamos dónde escondernos y encontramos unos arbustos en forma de cueva. Entramos a nuestro refugio gateando y mi trasero, en esa posición, tentó mucho a mi novio que estaba detrás de mí. Se abalanzó sobre mí, me sacó violentamente el pantalón, dejando mi trasero tapado solo con mis bragas, me abrazó dejándome boca abajo y mi colita a su disposición. Podía sentir lo duro que estaba su falo sobre mi trasero. Me di vuelta y me besó con ternura. La luz de la luna iluminaba mi rostro que mostraba una sonrisa haciendo entender a John que podía continuar con lo que estaba haciendo. No tardó mucho en terminar de sacarme el pantalón para poder acariciar mi piel. Estaba empezando a excitarme y me animé a tocar su falo (que hasta el momento era él el que me llevaba a ese sitio) y comencé a masturbarlo. El aprovecho aquel momento para meter su mano bajo mis bragas pero lo detuve antes de que pudiera hacerlo. Él insistió pero le seguí quitando la mano. Decidió acariciarme sobre mis bragas, su dedo estaba sobre mi clítoris y sus caricias en forma circular que estaba recibiendo empezaron a provocar algo que nunca había sentido. "Estás muy mojada. ¿Ya lo ves qué es rico?". Sí que estaba mojada y sí que era rico, pero estaba asustada no por las caricias, sino por todo su tronco que mi mano encerraba y qué cerrada no llegaba a cubrir. Era realmente grueso. Me dolía de solo pensarlo, él estaba sobre mí y yo temblaba de miedo. De a pocos, me fue quitando las bragas hasta la altura de mis rodillas. Sus caricias sobre mi clítoris fueron más intensas e intentó penetrarme con sus dedos. 
-¡No!-  le dije fuertemente. 
-Pero, ¿qué pasa?, no me vas a hacer llegar hasta aquí para renunciar- me dijo un poco disgustado.
-Es que no puedo hacerlo, no es el momento aún... creo.- le dije casi sollozando.
-Tranquila, tranquila...ya, no importa, no importa.
Ese día quedamos en que lo haríamos el día que llegara la primavera.


Pasamos días en donde nuestras manos se perdían en la oscuridad de aquel parque entre besos y susurros al oído hasta que llegó el 21de septiembre. Ya estaba todo planeado: mis padres se iban a la casa de mis tíos y ya me quedaría en mi casa porque "tenía muchas tareas que hacer". La casa iba a estar reservada solo para los dos a partir de las 3pm, después del almuerzo. Cuando Jhon llegó, me llenó de besos y de caricias. Fuimos, con los ojos entreabiertos, a mi habitación y me quitó la ropa. Solo quedaba mi sujetador y mis bragas cuando él empezó a desvestirse. Me sentó y sus manos recorrieron todo mi cuerpo. Estaba empezando a sentirme caliente y quedamos completamente desnudos y yo completamente mojada lista para ser penetrada. Se acostó sobre mí y un "despacito"escapó de mis labios. Separó mis piernas, apoyo su enorme verga sobre mi mojado coño dispuesto a cogerme y, muy suavemente, empezó a penetrarme. Quise pararlo, pero tomo mi cintura y me penetró hasta el fondo. Mi gritó rompió el silencio y él empezó a menearse. El dolor era intenso pero el placer lo era muchísimo más. Mis miedos se habían ido y el vértigo que sentía mi cuerpo pedía mucho más. Me retorcía de placer. Era mi primera vez y quería sentir cómo su cuerpo se apoderaba del mío, lo estábamos haciendo sin protección. Estaba tan ardiente que era capaz de hacer cualquier cosa. Aquella cosa enorme entraba y salía de mi coño como si estuviera hecho para ella. El placer había superado el dolor y más cuando eyaculó dentro mío y pude sentir como su semen caliente se esparcía dentro. Quedamos tirados sobre la cama, exhaustos, rendidos. Cuando de repente se escucha un ruido. No habíamos asegurado la puerta y empezamos a vestirnos a la velocidad de la luz. Sentí los pasos rápidos que subían por las escaleras, eran mi hermanita y mi mamá que llegaron justo en el momento en que terminé de ponerme el polo. 

-¿Cómo están, chicos?-preguntó mi madre
-Muertos-dijimos al unisonio. 
-Parecen muy cansados, deben de haber estudiado mucho. Les preparé unos emparedados.- dijo sonriendo- bueno, sigan con lo suyo- y se marchó.
-Ya hemos acabado- dije con una sonrisa pícara dibujada en mi rostro y mirando a John.




jueves, 8 de diciembre de 2011

Un soufflé


Nota: el siguiente relato fue escrito por mi colega blogger, Reinhadrt, cuyo enlace de blog podrán encontrar al final de este suculento relato. El texto no ha sido modificado ni editado de ningún modo. 

-Ea, le caes muy bien a mi mamá-
-¿En serio?- le dije un poco preocupado a mi amigo Rogelio.
-Joder que sí, colega. Que a cada rato me ha andado diciendo que habiendo conocido magnífica persona se queda con más gusto acá-
-Oh, jeje… gracias- respondí algo nervioso, más mi amigo nunca supo qué quise esconder.
Soy de esos chicos aparentemente promedios que viven tranquilamente en una de esas ciudades semi-urbanas promedio en una escuela promedio y con amigos promedio. Nada del otro mundo. Pero cuando llegó Rogelio, el chico español, al “pueblo” mi vida tomó dirección distinta en mi camino.
Al poco tiempo de conocerle, él me invitó a su casa para que pasáramos la tarde jugando XBOX, hablando de chicas de la escuela, tomando algo de café americano y viendo películas de terror hollywoodenses. Una aparente tarde promedio para cualquier ente común de mi lugar de origen, pero entrada la noche me quería retirar porque tenía bastante tarea pendiente y como no soy de procrastinar, decidí comentarle a Rogelio que accedió a escoltarme a la puerta cuando de repente [mientras salí del portal mirando hacia atrás] que me tropiezo con una mujer y me abalanzo por obra de la física y el reflejo a agarrarme de sus hombros poniendo mi rostro peligrosamente cerca de su cuello y busto. Ella se agarró de la puerta del portal para evitar que yo me cayera sobre ella.
-Oh, jeje… mira qué torpe soy. Discúlpeme, caballerito- dijo la desconocida fémina.
-Wow…- sólo alcancé a decir al darme cuenta que tenía su busto muy cerca de mi cara. Tardé dos segundos en quitarme de ahí y me costó apartar la vista de tan glorioso horizonte.
-¡Madre! Que te he dicho que os escurrís como ninja. Mira qué le has hecho al pobre Fede, jaja- vaciló Rogelio en tono de broma para amenizar el incómodo momento.
-Jajaja, vale vale. Que no te pongas colorao’, hijo. Y bueno, ¿cómo se llama el señorito?- se dirigió a mí y me extendió la mano.
-Ehm… me llamo Federico, Federico Castillo Campos y soy amigo de su hijo- Musité un poco nervioso y le extendí la mano también.
-¡Arooo! Pero qué lindo nombre tienes, majo. Me llamo Elizabeth, pero me puedes decir Eli- Dijo muy alegremente y tomó con fuerza mi mano para acercarme hacia ella. Me dio un abrazo sumamente cariñoso como si me conociera de toda la vida y Rogelio se dirigió a ella.
-Bueno, ma’ Fede ya se va, pues tiene tareas del instituto que hacer-
-Ains… ¿pero por qué no te quedas, Federiquito? Que es viernes y estás muy joven como para estar de ratón de laboratorio. Es más, les haré un delicioso soufflé- Trató de convencerme ella… y lo logró.
-Bueno, si usted insiste, me quedaré un rato más- Dije algo apenado y confieso que igual emocionado por esa deliciosa mujer que la vida me puso en frente.
-¡Enhorabuena! Ese soufflé es legendario. Ya verás que no querrás salir de aquí en cuanto lo pruebes, ¡arooo!- gritó Rogelio hiperactivo como un niño en Navidad.
-Entonces ya está, te quedas a dormir hoy con nosotros. Mañana comeremos soufflé-  dijo con una sonrisa en el rostro y entró a la casa meneando los glúteos aparentemente con intenciones más allá que de jocosidad.
-Bueno, entonces me iré mañana- Fingí una sonrisa para no desentonar en el ambiente y entré junto a Rogelio a su casa de nuevo para seguir jugando unas partidas más en la XBOX.
Pues bueno, era su mamá una señora de porte alto y elegante, aunque ligeramente gastada por los años. De cabello castaño y ligeramente ondulado en cuyas órbitas residían un par de ojos pardos semiclaros que aún expresaban un aire de juventud encerrada en un cuerpo lacerado por Cronos. De piel trigueña y con algunas pecas, con un par de senos firmemente medianos y unas piernas largas que seguro escondían un tesoro antiguo entre ellas. Dejando de lado lo carnal, puedo comentarles que era madre soltera desde que Rogelio tenía 6 y había decidido venir a América con una tía suya a probar suerte; por un lado tenía un sentido maternal muy lindo y consentidor, por el otro se notaba que hacía mucho que no flirteaba bien con nadie. Apostaría lo que fuera que cuando joven, ella era una diosa griega encarnada de quien muchos se enamoraron.
Pasé unas horas jugando con Rogelio a darnos de balazos en un videojuego que traje de mi casa y hasta me olvidé de su madre, pero cuando alguien tocó la puerta el reflejo de mi mente me hizo adivinar quién sería.
Elizabeth nos dijo que bajáramos a comer unos huevos revueltos que ella preparó y hacía unos minutos. A juzgar por el olor, ella tenía una habilidad digna de un chef en la cocina. Así que bajamos los tres en fila india hacia el comedor y en el trayecto sentí cómo el dedo de Eli rozó eróticamente mi espalda y tuvo una repercusión en la tensión frontal de los jeans que traía puestos.
Nos sirvió la cena, unos vasos con gaseosa y se sentó junto a nosotros ver un programa sobre animales marinos muy interesante. En repetidas ocasiones, sentí cómo su pie descalzo rozaba con el mío y no tenía más remedio que moverlo constantemente en un vals de penas y sonrojamientos a 3/4. Rogelio, quien quería estudiar biología marina, no se perdía ni un segundo del show.
Hubo un punto, como a la mitad del show, cuando queriendo mostrarme macho decidí rozarle las piernas yo a Eli a ver cómo reaccionaba, lo hice y ella me miró de reojo un segundo con una cara excitante que incitaría a pecar hasta al más fiel de los monjes tibetanos.
-Rogelio, bebé. Se me olvidó subir una caja de la mudanza hace ya unos días. Está en la cochera. ¿Podrías ir a buscarla por favor, osito?- Dijo Eli de repente mientras los comerciales se ponían en el televisor.
-¡Ah! Pero sólo por los comerciales, tía- Dijo él mientras se iba del lugar y me dejaba solo ante esa mujer sin buenas intenciones para conmigo.
Se armó un pequeño silencio incómodo, pues antes de irse Rogelio le puso el conocido Mute a  la televisión.
-Bueno, Fede… ¿Cómo te va en la escuela?- Dijo ella en un tono en demasía curioso, con una mirada fija de leonesa a punto de atacar y un aire de cariño que me volvían loco.
-Pues muy bien, todo va bien- Dije sin más como reflejo ante tal espectáculo.
-Oh, pero qué guay, mi queridito Fede- Mientras acaba la oración se fue acercando a mí.
Lo siguiente jodió toda la lógica que en algún punto del día pude haber tenido. Me tomó de la mano, me miró fijamente y, sonriendo juguetonamente, me puso la mano en la recién descubierta falda que mostraba su claro muslo y parte de su poca tupida entrepierna. Pude sentir la seda roja de esa prenda íntima suya por unos instantes, ese bastión de la feminidad biológica del ser humano, ese cofre que escondía un tesoro que pocos habían alcanzado hacía tiempo y ese delicioso manjar que, yo sin saber, estaba a punto de conocer.
De no ser que Rogelio entraba de nuevo a la casa con el irrelevante menester en brazos, Eli no me hubiera quitado de ese paralelo carnal que tanto deseaba explorar. Se fue, sin más, recogiendo los platos para fregarlos luego y nos dijo que nos laváramos las manos como chicos buenos. Andaba cantando “Quimbara” de la ya difunta Celia Cruz mientras se disponía a acomodar la casa.
Nos lavamos las manos y subimos al cuarto de Rogelio para reanudar nuestros insensatos asuntos de jóvenes. Una película, más videojuegos, hablar sobre la nueva maestra que era un demonio en clase de Física y mucho verbo más que se dejó correr. Después de ver a “El Gran Dictador” del maestro Chaplin, nos preparamos para dormir plácidamente y amanecer con bien para mañana. Yo no tenía mucho sueño y desde que Rogelio se fue al baño para mear, me pegué como sanguijuela al teléfono móvil a revisar las redes sociales: “Jajaja” “XD” “Maldito sucio” y demás tonterías tecleé en las doce teclas del móvil hasta que perdí la noción del tiempo. Mi amigo estaba roncando en algún ritmo extraño de otro mundo, parecía un tronco después de caerse en la cama.
Después de que mi amigo se durmiera, me entraron ganas de ir al baño como a cualquiera después de tan “tensa” cena. Aún recordaba cómo Eli intencionalmente me había hecho tocar sus rojas bragas mientras la cena y Rogelio estaba fuera de casa recogiendo un menester que había desparecido misteriosamente de la casa. Con la escena aún en la cabeza, entré al baño con esperanza de que ella estuviera ahí… y no estaba más que el frío váter y un lavabo solitario que igualmente lograron que me bajara los pantalones pero sin motivos eróticos.
Renunciando mentalmente a mis tensiones sexuales, me lavé la cara antes de dirigirme a la salida del baño para reanudar mi sueño nocturno. Recuerdo que eran las 2 de la mañana con 19 minutos para cuando quería entrar a la habitación de Rogelio, cuando una voz proveniente del piso inferior me llamó.
-Ea, Federiquito. ¿Me podrías ayudar con el soufflé que he estado haciendo? Que está muy pesado y una mujer como yo no puede sola… venga, ayúdame con esto que tengo entre manos-
“Esto que tengo entre manos”, esas palabras fueron dichas con un tono demasiado sugestivo para mi gusto, pero algo me impulsó a bajar a ver el susodicho soufflé que nos había prometido hace ya varias horas. Bajé a la cocina y me la encontré con un par de pequeñas tacitas con el prometido alimentos. Ella vestía normal, con un mandil de segunda mano de una compañía de soda y un short caqui que era todo menos excitante. Me dio la orden de que con cuidado sacara los otros dos botecitos y los dejara a un lado de donde había dejado los otros.
-Excelente, macho- me dio una palmadita –Mañana podremos degustar mis soufflés que te volverán loco, ¡jojo!- Tomó asiento y con unas palmaditas en la base de una silla, me invitó a tomar lugar al lado suyo. Como buen caballero que soy, accedí a no rechazar tal oferta.
-¿Y bien? Di algo, Federiquito penosín. Que si no, esta cabra loca empezará a hablar de muchas cosas- Tomó una botella de vino, infiero español, que había en una caja y sacó también un par de copas.
Recordé que había leído que un fetiche de la antigua aristocracia era beber alcohol en copas en forma de los senos de sus esposas, y me dio el ominoso impulso de poner ambas copas en los senos de Eli. De algún modo supe que ella también pensaba lo mismo, pero me quedé callado un momento por la pena hasta que decidí decir algo.
-Bueno, no tengo mucho que contar, soy apenas un jovenzuelo clase media- Soné algo cortante, pero parecía que no importó mucho. Eli tomó las riendas de la charla.
-Oh, calmao’, Federiquito. Entonces te contaré mi historia- Dijo mientras servía ese par de copas que por antonomasia me hacían pensar en ese par de mamas que la evolución le había conferido a tan magnífico ejemplar del homo sapiens sapiens.
Me contó aspectos de su niñez, problemas, alegorías, virtudes, sobre sus amigas del instituto, familiares, la vida en Cartágena, la comida de allá, una pequeña comparación entre ambos mundos: el europeo y el americano, la diferencia de las personas entre dos puntos del globo, símiles, comparaciones y el mar, el mar que tanto anhelaba como flor al sol, pero que tuvo que dejar por problemas con la familia del padre biológico de Rogelio, hombre quien la había hecho sufrir mucho. Pero esa es otra historia y será contada en otra ocasión.
En esa rápida hora y media que transcurrió sólo le di un sorbo al vino que me habían servido, diferencia de Eli quien se había tomado toda la botella mientras contaba sus anécdotas de vida. Me había limitado a escuchar y asentir en lo que decía; nunca me atreví a mencionar sus rojas bragas que había sentido, pues seguro desentonaría en la conversación. Ya daban cuarto para las cuatro de la mañana y ella se andaba tambaleando [aparentemente] por un colchón y una buena almohada. Inexplicablemente, yo tenía poco sueño y como buen samaritano que soy, ayudé a tan benévola mujer a subir hacia su habitación en donde encontraría a Morfeo para amanecer con paz dentro de unas horas.
Llegamos tambaleándonos a su cuarto y la dejé recostada en la cama. Ella se veía preciosa, como una Bella Durmiente etílica y yo como el pervertido enanito que sabía todo menos qué hacer en ese momento. Pensé en derivadas e integrales para dejar de lado la brutal tensión sexual que sentí en ese momento, pensé en la tarea que debía hacer e incluso pensé en política para despejar la mente; a pesar de que no soy de carácter firme y sucumbo ante las tentaciones, me decidí por salir en silencio de la habitación.
-Ea, Federiquito… tengo algo de frío. ¿Me podrías pasar la sábana por favorsillo?- Dijo susurrando Eli –Que me muero de frío… venga… ayúdame-
“Ayúdame”, dicho de nuevo con ese tono provocador al cual le agarré gusto. Como autómata, me fui hacia el ropero y saqué una sábana azul cuadriculada y acomodé a Eli en ella. No podía creer que estaba haciendo eso, acomodando para dormir a una mujer madura era por sobretodo estimulante para mi sexo, que se ponía erecto con cada acercamiento a la intoxicada dama con alcohol.
-Te tengo, tigre- Habló de repente Eli, y me tiró de los hombros y me puso sobre ella. Algo había cambiado radicalmente en la mujer dolida de la vida que buscaba consuelo en un nuevo sitio hace rato. Ahora más bien parecía una jovencita ávida de una noche sin compromisos con el primer hombre que se le cruzara. Y ese era yo: Federiquito.
Me empezó a besar viciosamente, como si yo fuera algún fruto prohibido que se había negado hacía ya mucho tiempo. Sentía su respiración acelerada, ese aliento con un sabor medio a vino y esos ojos cerrados que me decían que hiciera lo que quisiera con su cuerpo. Y así fue. Por instinto carnal y dejando fluir toda la tensión que tenía, respondí su invitación de guerra con besándola también, sentía cómo su lengua y la mía tenían un encuentro de lucha grecorromana mientras ella me acariciaba la espalda y yo quitaba de en medio nuestro las sábanas que nunca cumplieron su función, puesto que yo estaba ahí para darle calor sólo a ella, y ella estaba para darme placer sólo a mí.
Después de unos minutos, ella me quitó la remera y me lamió el pecho. Me tumbó ahora hacia abajo y se lanzó hacia mi abdomen, con su sexo pegado al mío y separado por una capa de mezclilla y tela caqui. Me empezó la lamer ahora el cuello y en repetidas ocasiones tuve que aguantarme los gemidos de placer, hacía mucho que no tenía un encuentro cercano con una fémina y en ese día tan azaroso la diosa de la buena suerte me sonrió, con tremenda mujer española que había acabado precisamente en mi misma ciudad, con su hijo precisamente en mi misma escuela. Oh, que el karma ya me la debía desde hace mucho.
 Siento que existe un deseo inexplicable de los hombres por jugar con senos, debido a que en cuanto la tuve sobre mí empecé a estimulárselos con las manos mientras me seguía besuqueando todo el cuello. Con un rápido movimiento de manos, le desabroché el sostén e inmediatamente ella se quitó la blusa y pude observar ese par de lunas con pezones que desee desde que tan cerca las vi hacía unas horas. Podía distinguir su silueta de mujer madura con pecas dispuestas al azar en su conservado cuerpo, y su cabello suelto que le conferían un toque amazónico y salvaje que me hacía excitar exponencialmente con cada segundo que la sentía apoyada en mi entrepierna. Ella se acostó sobre mi pecho y sentí su calor extranjero que me llenaba temporalmente en esa fría noche, sentí cómo sus manos acariciaban, ahora juguetonamente, mis brazos y ella olía mi tórax por alguna desconocida razón. Quizá era el perfume que tenía, o no sé. Me es irrelevante ahora saber qué hacía que me oliera.
Le acaricié el revuelto cabello ondulado y puse su rostro al nivel del mío. La empecé a besar ahora yo y aprovechando la cercanía, empecé a sentir sus glúteos al tocarlos con mis manos. Se sentían bien, pues metí mis manos dentro de su short caqui y sentía ese par de montañas tibias que querían erosionarse por acción física de rose con mis muslos. Quité una mano de sus nalgas y con ella empecé a dibujar irreales en su espalda, dibujos que propiciaron una respuesta sexual muy marcada en ella.
Me desabrochó el pantalón y acarició momentáneamente mi masculinidad erecta. Yo, apresurado, busque el botón del short caqui que me impedía que ella fuera sólo por una noche mía y para siempre en mi recuerdo. Para facilitarme mi pecaminosa tarea, ella se quitó el short y pude apenas discernir en la penumbra de la madrugada aquellas bragas rojas que me habían incitado a empotrarla hace tiempo. Rozamos nuestra ropa interior en un preludio a lo que sería nuestro acto principal, fue electrizante pensar que estaría dentro de una mujer con tanta experiencia en poco tiempo. Y a la vez, me daba un poco de miedo no hacer bien mi trabajo en lo que sería mi segunda vez.
Después de un momento con mordiditas eróticas, roces obscenos y susurros indecorosos, Eli se puso boca abajo y subió su trasero en la pose universal de fuck me. Cautelosamente y con la respiración un poco agitada, le bajé las bragas y puse mi rostro en su húmeda y tupida vagina, acariciándola con mi nariz y lengua en un vaivén de múltiples direcciones; ella parecía estar complacida con mi acto bucal en su vía vaginal. La tumbé boca arriba y le separé con tenacidad las piernas, para seguir degustando de su jugosa fruta de pecaminosidad. Sentía cosquillas por los vellos que en vano intentaban esconder al fruto de la tentación humana, y no me quedaba más remedio que hacerlos a un lado con mis manos para poder sentir bebiendo del néctar de esa flor que en frente tenía. Tomé sus pechos de nuevo, y sin dejar de lamer su entrepierna, jugué con ellos unos momentos más, pues eran tan cálidos al tacto y estaban erectos los pezones rojizos de esa fémina intoxicada etílicamente.
-Hazlo ya. Que te deseo, carajos. Quiero tenerte dentro mío- Esas palabras de ella rompieron el sexual silencio que reinaba la oscura habitación.
Siguiendo con la tradición autómata, seguí sus órdenes al pie de la letra y me bajé la ropa interior. Tenía mi falo bastante erecto y sin pensarlo mucho, como por acción designada por años de naturaleza, introduje mi pene dentro de ella hasta el fondo. Ella soltó un gemido de dolor y puso una mueca que pronto adquirió el tono de una pervertida sonrisa. Saqué mi masculinidad de ella y dejé sólo el glande acariciando sus labios, mi pene había quedado húmedo con los líquidos de Eli y la noche apenas comenzaba para nosotros.
La acción combinada de una mujer con experiencia y un joven con imaginación trae muchas ideas en poco tiempo. Pero el cuerpo no aguanta los placeres de la carne mucho tiempo. El desgaste siempre es inevitable, tabú odioso e indeseable. Pero esa noche fue otra cosa, esa noche conocí persona dadivosa.
[…]
Después del último apogeo, por alguna razón, me acerqué a su rostro y le planté un dulce beso de labios y ella rió como una pequeña niña. Había pasado del salvajismo al infantilismo propio de esa línea que divide a la niñez de la adolescencia. Tan mágica y tan perfecta en ese momento.
-Bueno, no queremos problemitas con Rogelio…- dijo con una sonrisa de satisfacción en el rostro. –Mejor te vas ya a dormir o mañana no comerás soufflé, Federiquito- Dijo en un tono consentidor.
-Entendido, Elizabeth- Dije mientras recogía mis trapos regados por toda la habitación. –Mañana tendremos una deliciosa comida- Y sonreí algo ruborizado.
-Ea, majo. Dime Eli- Me guiñó un ojo y me devolvió el beso de labios que le di en primera instancia.
-Jeje, buenas noches entonces, Eli. Descansa-
-Tú también, Federiquito. Buenas noches-
Me fui a dormir muy cansado por tanta acción que tuve. En cuanto caí al colchón, me dormí y no desperté hasta que un rayo de sol  me bañaba la cara. Confundido me quedé pensando en lo que había pasado anoche, preguntándome si fue real o sólo un sueño erótico de mi persona. Bajé a la cocina y vi tres soufflés en la mesa. Alguien había tomado uno porque había una tacita vacía.
No pregunté y sin más tomé uno. Sabía a gloria. Por alguna razón, el platillo me confirmó que hacía muchas horas, todo había sido real. Pero de pronto…
-¡Ea, Federiquito! Parece que ya despertaste. ¿Podrías venir acá al sótano a ayudarme a acomodar unas cajas… venga, ayúdame con esto que tengo entre manos- Gritó Eli desde debajo de la casa.
-¡En seguida voy, Eli!- Le respondí.
Dejé a medio mordido ese sabroso soufflé y me aventuré en la que sería mi siguiente aventura.
Pero ese es otro relato erótico y será contado en otra ocasión.

por Reinhardt Langerhans