sábado, 3 de septiembre de 2011

De cómo perdí mi inocencia

   Día soleado, mucho calor. Primer día y último año de estudios en el colegio. Volví a encontrarme con mis compañeras que solo veía en época de estudios. No parecía haber cambiado nada en el nuevo salón que nos asignaron. Seguían siendo la mayoría mujeres, de hecho, solo habían dos hombres que no eran muy sociales. Este pueblo está atestado de mujeres en realidad. El último censo realizado dio como referencia que por cada 20 mujeres hay 4 hombres. Entonces no hay motivos para distraerse ni caer enamorada como cualquier chica de mi edad haría, así que mi única diversión fueron los libros. El timbre que anunciaba el comienzo de las clases sonó puntualmente a las 8 am pero la maestra se retraso 5 minutos. La explicación de su pequeño retraso venía acompañándola: un chico nuevo, realmente atractivo. Alto, tes tostada, ojos café y un físico bastante desarrollado para su edad. Se llamaba Jim y contó frente a todos que venía de la ciudad y que hasta el momento nunca había estado en un salón de clases, era de esos que estudiaban en casa. 


Jim se sentó no tan lejos mío, y me pasé el mayor tiempo de la clase mirándolo de reojo sin que él lo notara. Alguna vez también sentí que me miraba pero no reservé muchas esperanzas porque yo, bueno, no era la muchacha más linda de la clase: tenía el cabello negro un poco desaliñado, piel blanca, ojos miel, delgada y con el uniforme, no tenía ni una pisca de atractiva. Al final de la clase, la maestra me pidió que sea la tutora de Jim por unos días porque anda un poco retrasado en los cursos y para que le enseñe el ritmo de estudios. Quedé petrificada de nervios cuando me hizo alzar la mano para que Jim me reconociera. Me miró y sonrío timidamente, eso causó que me piel se tornara roja intensamente porque tenía una sonrisa muy linda; desvié mi mirada enseguida. "No hay ningún problema, profesora" le dije. La cita era para hoy  al atardecer.


Llegué a mi casa, a la carrera fui hacia mi cuarto y di un profundo suspiro apenas cerré la puerta, como si la vergüenza me hubiera perseguido durante el camino y mi puerta fuera la barrera. Tiré mi mochila en la cama y empecé a cambiarme rápidamente como si fuera muy tarde. Mi mamá abrió la puerta de la habitación y notó mi apuro. "¿Qué pasa hija? ¿todo bien en la escuela? te noto un poco alterada". "Todo bien, mamá. Más tarde tengo que ir a la casa de una chica nueva de la clase porque la mestra me pidió que sea su tutora por unos días", le dije mientras buscaba una blusa. "¿No vas a comer algo antes de ir?". "No tengo hambre, gracias, mamá (la sonrisa de Jim me la había quitado)". Me dio unos consejos sobre como comportarme en casa ajena y se fue. Yo seguía aún nerviosa mientras guardaba los libros necesarios en mi mochila. Como salí muy rápido de mi habitación y no había amarrado las agujetas de mis zapatos, caí sobre mi rodilla, causándome una pequeña herida. No me importó demasiado y seguí hacia la calle a la casa de Jim.


Se me hizo un poco difícil encontrar la dirección. Su casa era inmensa, parecía una mansión (no era para menos, está ubicada en la mejor zona del pueblo, junto al lago). En la puerta, suspiré antes de tocar el timbre. Pasó poco tiempo cuando escuché las pisadas aproximándose a la puerta. Era Jim.
-Hola, qué gusto verte...uhhmmm
-Roxana.
-Así, Roxana, lo siento. Se me hace difícil recordar nombres. Dio una risita de avergonzado y me invitó a pasar. Se notaba que acaba de mudarse, pues había cajas en el piso aún cerradas y otras abiertas. Me invitó al comedor.
-¿Y tus padres, Jim?
-No regresan hasta mañana, se han ido a la ciudad para arreglar unos asuntos sobre la casa anterior.
Eso me pareció un poco inquietante pero a la vez me fascinó.
-Está bien, empezaremos entonces con un poco de historia. ¿Sabes algo del Imperio Romano?
-Ammm... ¿qué te parece sin en lugar de hablar de eso te invito unas cervezas?
Me demoré en responder esa pregunta por dos motivos: Si le decía que no, pensaría que soy más nerd que lo que aparento y se le digo que sí, dañaría mi pinta de niña buena.
-Está bien, pero solo un poco. Mis padres me matarían si llego oliendo a cebada.
Compartimos una lata cada uno y estuvimos hablando de nuestras vidas, anécdotas, situaciones graciosas, de gustos, de música y así pasó como una hora y media. Con preocupación esta vez, me pidió que comenzáramos a estudiar pero esta vez no en el comedor sino en su estudio por ser más tranquilo y adecuado para estudiar. Acepté sin tener idea de lo que más tarde iba a pasar...


Nos sentamos para empezar a leer y de pronto me di cuenta que no dejaba de mirarme las piernas.
-¿Qué te pasó? tienes una herida ahí. -Dijo señalando con su dedo índice.
-Me caí antes de venir. -Dije con un aire tímido.
-Siempre sucede. Te traeré unos curitas.
-No, no te preocupes no es necesa...
Demasiado tarde, se había parado e iba rumbo en otra dirección. Al poco rato, regresó con una curita en la mano y una pequeña botella de alcohol en la otra. 
-Esto te va a arder un poco. 
Y después de pasar el alcohol por la insignificante herida suavemente y pegarme la curita, se sentó de nuevo a mi costado. De nuevo empecé a leer, y de nuevo me di cuenta que me miraba, esta vez no en mi pierna, sino a los ojos. Me quité los lentes de montura roja y le dije:
-¿Sucede algo?
-No, perdona, es que.... sin lentes me  he dado cuenta que tus ojos son muy lindos.
-Gracias, gracias por darte cuenta... nadie me había dicho eso.
Jim no desvió la mirada de mis ojos y cada vez se acercaba más y más.
Momentaneamente, nos dimos un beso tierno y apasionado, de pronto, sentí sus manos en mi cintura, abrazándome cada vez más fuerte. Los besos y caricias subieron de tono y segundos más tarde tenía su mano bajo mi blusa, en mi espalda, buscando el gancho de mi sujetador, cuando sentí eso, me alejé un poco de él y me dijo:
-¿Qué pasa?
-Nada, solo que, no debería.... ya sabes.
-¿Tienes miedo?
-Es que... soy virgen.
-Tranquila, te trataré con mucho cariño y me consideraré dichoso por ser el primero.
-Pero...si....
-Prometo que no te arrepentirás, eres tan dulce, tan frágil, tan linda, mereces que te trate bien, princesa. ¿Qué dices? ¿seguimos?
Yo asentí timidamente con la cabeza. Él comenzó a besarme el cuello mientras yo me abrazaba con una mano, un poco nerviosa, de su cuello y con la otra rozaba su cabello entre mis dedos. Su lengua que recorría desde mi oreja hasta casi al filo de mi blusa escotada me erizaba la piel.


Entre besos y caricias, aparecimos en su habitación. Me sacó la blusa con bastante habilidad y rápidamente se quitó la camisa. Todo eso me excitó. Su pecho desnudo hacía notar su respiración agitada por el deseo. Se dio cuenta que estaba mirando su cuerpo y el gran bulto que tenía entre sus piernas. De un momento a otro se abalanzo sobre mi cuerpo que deseaba sentir su piel y su calor. Me tumbó suavemente en la cama y sin dejar de besarme, me quitó el sostén. Comenzó a lamer mis pechos suavemente y lentamente comenzó a succionar mi pezón. Me retorcía de placer pero no gemía, lo intenté pero la pasión me ahogaba. Besó mi vientre mientras acariciaba mi delicada cintura, poco a poco, bajó sus manos y comenzó a bajarme la falda. 
- Te llevaré al cielo. No soy un experto pero lo hago bien.
-No... mejor intentemos otra cosa.
-¿Qué pasa, preciosa? no me digas que me vas a dejar así.
-No, quiero que me enseñes a hacerte feliz. Le dije con una voz agitada pero con tono malicioso.
Ahora quería deshacerme de mis prejuicios, al diablo mi personalidad. Quería hacer lo que nunca me imaginé. Lo tumbé en la cama y lo besé, bajando de la misma manera que él hizo conmigo. Llegué a sacarle los pantalones y bajé sus calzoncillos. Miré unos segundos su pene: estaba totalmente erecto, listo para mí. Ya estaba muy excitada y tenía la oportunidad de disfrutarlo al máximo. Empecé a hacer mi trabajo.
-¿Cómo te gusta? ¿cómo lo hago?
-Solo saboréalo, lámelo desde la punta recorriéndolo todo y cuando estés lista mételo completo a esa boquita ansiosa por tenerlo.
-Traté de seguir sus instrucciones, pues no tenía ni la mínima idea de cómo hacerlo. Saqué mi pequeña lengua húmeda y tibia y empecé a lamer con suavidad su glande para después pasar a su tronco.
-Mastúrbame, linda, con tu manito agarra mi tronco y muévelo de arriba hacia abajo. No dejes de mirarme a los ojos.
Lo hice tal como me lo dijo y soltó gemidos varoniles.
-Ummm.... sigué así, qué rico.....aprendes rápido.
-Creo que esto te gustará aún más.  Le dije con voz pícara.
De buenas a primeras introduje la mitad de su pene en mi boca y  movía mi cabeza de arriba a abajo, lo hacía lento y Jim me tomó de la cabeza y lo metía cada vez más rápido y más fuerte, yo sólo trataba de separarme un poco poniendo mis manos en sus piernas pero él seguía, traté de controlar mi respiración para poder seguir ya que sus gemidos me hacían saber que lo estaba disfrutando. 
Después de disfruta un rato, se sentó y me dijo:
-Ahora te toca a ti disfrutar.
-Por favor, ya quiero que me la metas. Ahora, por favor, estoy muy mojada. 
Me quitó el resto de ropa violentamente, me besó y se acostó sobre mí listo para empezar. Comenzó  a meter la cabeza de su pene y grité un poco, lo apreté fuerte de los hombros y mis uñas lo lastimaron levemente. Pero no le importó y siguió.
-Poquito a poquito...hmmm, qué rico, está entrando la punta. ¡Dios! ¡qué apretada! ¡delicioso!
- ¡Ahhh!... me está doliendo.
-Solo relájate...
-¡Puta madre!. Métela entera de una vez por todas. -Le dije un poco alterada por el dolor pero muy excitada al mismo tiempo.
-¿Así que quieres que la meta entera, eh? ¿Quieres que te la meta todita, no?
-¡SÍ...SÍ, quiero que me la metas, Jim!- Le dije como susurrando fuerte
-¡Di que eres mi puta, entonces! ¡Vamos, eres mi puta!
-¡Soy tu puta, soy tu puta y quiero que me la metas!
Yo estaba en el límite entre dolor y placer y sus palabras sucias me hicieron desinhibirme completamente. Me la clavó de un solo golpe…
-¡Ahhhhhhhh!
Brotaron un par de lágrimas de mis ojos pero él siguió sin darse cuenta. Tenía un ritmo medio pero aceleró y sus movimientos eran rápidos.  Yo solo rasguñaba su espalda y gemía  fuerte, era delicioso, me encantaba, sentir su verga grande y ancha atravesarme, era algo inexplicable, más que rico. 

Seguimos todo el rato en la posición del misionero, el me la metía rápido y yo empezaba a gritar fuerte, muy fuerte. Comencé a contraerme y tuve el primer orgasmo de mi vida. Fue una mezcla de éxtasis y placer inacabables. Quedé agotadísima y el me quedó mirando con esa sonrisa de orgulloso por haberme desvirgado. Sin dejarme descansar, me agarró de la cintura y me puso en posición de perrito.
-Oh sí...qué rico te comes mi verga, puta.
-Sí...sí...me encanta.
De lo que por un momento pareció ser tierno, pasó a ser sexo duro, muy duro y delicioso.
De pronto, sacó su falo y me recostó sobre la cama boca abajo. 
-Voy a terminar, voy a terminar en tu espalda.
Su semen viscoso y caliente cayeron en forma de un gran chorro sobre mi espalda.
Se tumbó en la cama a mi costado, y yo le pedí algo para limpiarme. Consiguió una toalla y él mismo me limpió. Luego nos quedamos dormidos un par de horas. Cuando desperté me di cuenta que era muy tarde y que mi mamá me mataría. Me fui mientras él aún dormía y, afortunadamente, mi mamá no estaba en casa. Me metí a la ducha enseguida y cuando terminé de bañarme, me di cuenta que me había llegado un mensaje de texto al celular. Era de Jim. "Princesa, la pasé genial hoy, la mejor sesión de estudios que haya tenido".

Ese día perdí mi inocencia de niña buena y aplicada para convertirme en una mujer deseosa y provocativa. Hasta ahora me encuentro con Jim para tener sexo sin control.