Nota: el siguiente relato fue escrito por mi colega blogger, Reinhadrt, cuyo enlace de blog podrán encontrar al final de este suculento relato. El texto no ha sido modificado ni editado de ningún modo.
-Ea, le caes muy bien a mi mamá-
-¿En serio?- le dije un poco preocupado a mi amigo
Rogelio.
-Joder que sí, colega. Que a cada rato me ha
andado diciendo que habiendo conocido magnífica persona se queda con más gusto
acá-
-Oh, jeje… gracias- respondí algo nervioso, más mi amigo nunca
supo qué quise esconder.
Soy de esos chicos aparentemente
promedios que viven tranquilamente en una de esas ciudades semi-urbanas
promedio en una escuela promedio y con amigos promedio. Nada del otro mundo.
Pero cuando llegó Rogelio, el chico español, al “pueblo” mi vida tomó dirección
distinta en mi camino.
Al poco tiempo de conocerle, él me
invitó a su casa para que pasáramos la tarde jugando XBOX, hablando de chicas
de la escuela, tomando algo de café americano y viendo películas de terror
hollywoodenses. Una aparente tarde promedio para cualquier ente común de mi
lugar de origen, pero entrada la noche me quería retirar porque tenía bastante
tarea pendiente y como no soy de procrastinar, decidí comentarle a Rogelio que
accedió a escoltarme a la puerta cuando de repente [mientras salí del portal
mirando hacia atrás] que me tropiezo con una mujer y me abalanzo por obra de la
física y el reflejo a agarrarme de sus hombros poniendo mi rostro
peligrosamente cerca de su cuello y busto. Ella se agarró de la puerta del
portal para evitar que yo me cayera sobre ella.
-Oh,
jeje… mira qué torpe soy. Discúlpeme, caballerito- dijo la desconocida
fémina.
-Wow…- sólo alcancé a decir al darme cuenta que tenía su busto muy
cerca de mi cara. Tardé dos segundos en quitarme de ahí y me costó apartar la
vista de tan glorioso horizonte.
-¡Madre!
Que te he dicho que os escurrís como ninja. Mira qué le has hecho al pobre
Fede, jaja- vaciló Rogelio en tono de broma para amenizar el
incómodo momento.
-Jajaja,
vale vale. Que no te pongas colorao’, hijo. Y bueno, ¿cómo se llama el
señorito?- se dirigió a mí y me extendió la mano.
-Ehm… me
llamo Federico, Federico Castillo Campos y soy amigo de su hijo- Musité
un poco nervioso y le extendí la mano también.
-¡Arooo!
Pero qué lindo nombre tienes, majo. Me llamo Elizabeth, pero me puedes decir
Eli- Dijo muy alegremente y tomó con fuerza mi mano para
acercarme hacia ella. Me dio un abrazo sumamente cariñoso como si me conociera
de toda la vida y Rogelio se dirigió a ella.
-Bueno,
ma’ Fede ya se va, pues tiene tareas del instituto que hacer-
-Ains…
¿pero por qué no te quedas, Federiquito? Que es viernes y estás muy joven como
para estar de ratón de laboratorio. Es más, les haré un delicioso soufflé- Trató de
convencerme ella… y lo logró.
-Bueno,
si usted insiste, me quedaré un rato más- Dije algo apenado
y confieso que igual emocionado por esa deliciosa mujer que la vida me puso en
frente.
-¡Enhorabuena!
Ese soufflé es legendario. Ya verás que no querrás salir de aquí en cuanto lo
pruebes, ¡arooo!- gritó Rogelio hiperactivo como un niño en
Navidad.
-Entonces
ya está, te quedas a dormir hoy con nosotros. Mañana comeremos soufflé- dijo con una sonrisa en el rostro y entró a
la casa meneando los glúteos aparentemente con intenciones más allá que de
jocosidad.
-Bueno,
entonces me iré mañana- Fingí una sonrisa para no desentonar en el
ambiente y entré junto a Rogelio a su casa de nuevo para seguir jugando unas
partidas más en la XBOX.
Pues bueno, era su mamá una señora
de porte alto y elegante, aunque ligeramente gastada por los años. De cabello
castaño y ligeramente ondulado en cuyas órbitas residían un par de ojos pardos
semiclaros que aún expresaban un aire de juventud encerrada en un cuerpo
lacerado por Cronos. De piel trigueña y con algunas pecas, con un par de senos
firmemente medianos y unas piernas largas que seguro escondían un tesoro
antiguo entre ellas. Dejando de lado lo carnal, puedo comentarles que era madre
soltera desde que Rogelio tenía 6 y había decidido venir a América con una tía
suya a probar suerte; por un lado tenía un sentido maternal muy lindo y
consentidor, por el otro se notaba que hacía mucho que no flirteaba bien con
nadie. Apostaría lo que fuera que cuando joven, ella era una diosa griega
encarnada de quien muchos se enamoraron.
Pasé unas horas jugando con Rogelio
a darnos de balazos en un videojuego que traje de mi casa y hasta me olvidé de
su madre, pero cuando alguien tocó la puerta el reflejo de mi mente me hizo
adivinar quién sería.
Elizabeth nos dijo que bajáramos a comer unos huevos revueltos que ella preparó y hacía unos minutos. A juzgar por el olor, ella tenía una habilidad digna de un chef en la cocina. Así que bajamos los tres en fila india hacia el comedor y en el trayecto sentí cómo el dedo de Eli rozó eróticamente mi espalda y tuvo una repercusión en la tensión frontal de los jeans que traía puestos.
Elizabeth nos dijo que bajáramos a comer unos huevos revueltos que ella preparó y hacía unos minutos. A juzgar por el olor, ella tenía una habilidad digna de un chef en la cocina. Así que bajamos los tres en fila india hacia el comedor y en el trayecto sentí cómo el dedo de Eli rozó eróticamente mi espalda y tuvo una repercusión en la tensión frontal de los jeans que traía puestos.
Nos sirvió la cena, unos vasos con
gaseosa y se sentó junto a nosotros ver un programa sobre animales marinos muy
interesante. En repetidas ocasiones, sentí cómo su pie descalzo rozaba con el
mío y no tenía más remedio que moverlo constantemente en un vals de penas y
sonrojamientos a 3/4. Rogelio, quien quería estudiar biología marina, no se
perdía ni un segundo del show.
Hubo un punto, como a la mitad del show, cuando queriendo mostrarme macho decidí rozarle las piernas yo a Eli a ver cómo reaccionaba, lo hice y ella me miró de reojo un segundo con una cara excitante que incitaría a pecar hasta al más fiel de los monjes tibetanos.
Hubo un punto, como a la mitad del show, cuando queriendo mostrarme macho decidí rozarle las piernas yo a Eli a ver cómo reaccionaba, lo hice y ella me miró de reojo un segundo con una cara excitante que incitaría a pecar hasta al más fiel de los monjes tibetanos.
-Rogelio,
bebé. Se me olvidó subir una caja de la mudanza hace ya unos días. Está en la
cochera. ¿Podrías ir a buscarla por favor, osito?- Dijo Eli de
repente mientras los comerciales se ponían en el televisor.
-¡Ah!
Pero sólo por los comerciales, tía- Dijo él mientras
se iba del lugar y me dejaba solo ante esa mujer sin buenas intenciones para
conmigo.
Se armó un pequeño silencio
incómodo, pues antes de irse Rogelio le puso el conocido Mute a la televisión.
-Bueno,
Fede… ¿Cómo te va en la escuela?- Dijo ella en un tono en demasía
curioso, con una mirada fija de leonesa a punto de atacar y un aire de cariño
que me volvían loco.
-Pues
muy bien, todo va bien- Dije sin más como reflejo ante tal
espectáculo.
-Oh,
pero qué guay, mi queridito Fede- Mientras acaba la oración se fue
acercando a mí.
Lo siguiente jodió toda la lógica
que en algún punto del día pude haber tenido. Me tomó de la mano, me miró
fijamente y, sonriendo juguetonamente, me puso la mano en la recién descubierta
falda que mostraba su claro muslo y parte de su poca tupida entrepierna. Pude
sentir la seda roja de esa prenda íntima suya por unos instantes, ese bastión
de la feminidad biológica del ser humano, ese cofre que escondía un tesoro que
pocos habían alcanzado hacía tiempo y ese delicioso manjar que, yo sin saber,
estaba a punto de conocer.
De no ser que Rogelio entraba de nuevo a la casa con el irrelevante menester en brazos, Eli no me hubiera quitado de ese paralelo carnal que tanto deseaba explorar. Se fue, sin más, recogiendo los platos para fregarlos luego y nos dijo que nos laváramos las manos como chicos buenos. Andaba cantando “Quimbara” de la ya difunta Celia Cruz mientras se disponía a acomodar la casa.
De no ser que Rogelio entraba de nuevo a la casa con el irrelevante menester en brazos, Eli no me hubiera quitado de ese paralelo carnal que tanto deseaba explorar. Se fue, sin más, recogiendo los platos para fregarlos luego y nos dijo que nos laváramos las manos como chicos buenos. Andaba cantando “Quimbara” de la ya difunta Celia Cruz mientras se disponía a acomodar la casa.
Nos lavamos las manos y subimos al
cuarto de Rogelio para reanudar nuestros insensatos asuntos de jóvenes. Una
película, más videojuegos, hablar sobre la nueva maestra que era un demonio en
clase de Física y mucho verbo más que se dejó correr. Después de ver a “El Gran
Dictador” del maestro Chaplin, nos preparamos para dormir plácidamente y amanecer
con bien para mañana. Yo no tenía mucho sueño y desde que Rogelio se fue al
baño para mear, me pegué como sanguijuela al teléfono móvil a revisar las redes
sociales: “Jajaja” “XD” “Maldito sucio” y demás tonterías tecleé en las doce
teclas del móvil hasta que perdí la noción del tiempo. Mi amigo estaba roncando
en algún ritmo extraño de otro mundo, parecía un tronco después de caerse en la
cama.
Después de que mi amigo se durmiera,
me entraron ganas de ir al baño como a cualquiera después de tan “tensa” cena.
Aún recordaba cómo Eli intencionalmente me había hecho tocar sus rojas bragas
mientras la cena y Rogelio estaba fuera de casa recogiendo un menester que
había desparecido misteriosamente de la casa. Con la escena aún en la cabeza,
entré al baño con esperanza de que ella estuviera ahí… y no estaba más que el
frío váter y un lavabo solitario que igualmente lograron que me bajara los
pantalones pero sin motivos eróticos.
Renunciando mentalmente a mis
tensiones sexuales, me lavé la cara antes de dirigirme a la salida del baño
para reanudar mi sueño nocturno. Recuerdo que eran las 2 de la mañana con 19
minutos para cuando quería entrar a la habitación de Rogelio, cuando una voz
proveniente del piso inferior me llamó.
-Ea,
Federiquito. ¿Me podrías ayudar con el soufflé que he estado haciendo? Que está
muy pesado y una mujer como yo no puede sola… venga, ayúdame con esto que tengo
entre manos-
“Esto que tengo entre manos”, esas
palabras fueron dichas con un tono demasiado sugestivo para mi gusto, pero algo
me impulsó a bajar a ver el susodicho soufflé que nos había prometido hace ya
varias horas. Bajé a la cocina y me la encontré con un par de pequeñas tacitas
con el prometido alimentos. Ella vestía normal, con un mandil de segunda mano
de una compañía de soda y un short caqui que era todo menos excitante. Me dio
la orden de que con cuidado sacara los otros dos botecitos y los dejara a un
lado de donde había dejado los otros.
-Excelente,
macho- me dio una palmadita –Mañana
podremos degustar mis soufflés que te volverán loco, ¡jojo!- Tomó asiento y
con unas palmaditas en la base de una silla, me invitó a tomar lugar al lado
suyo. Como buen caballero que soy, accedí a no rechazar tal oferta.
-¿Y
bien? Di algo, Federiquito penosín. Que si no, esta cabra loca empezará a
hablar de muchas cosas- Tomó una botella de vino, infiero español,
que había en una caja y sacó también un par de copas.
Recordé que había leído que un
fetiche de la antigua aristocracia era beber alcohol en copas en forma de los
senos de sus esposas, y me dio el ominoso impulso de poner ambas copas en los
senos de Eli. De algún modo supe que ella también pensaba lo mismo, pero me
quedé callado un momento por la pena hasta que decidí decir algo.
-Bueno,
no tengo mucho que contar, soy apenas un jovenzuelo clase media- Soné
algo cortante, pero parecía que no importó mucho. Eli tomó las riendas de la
charla.
-Oh,
calmao’, Federiquito. Entonces te contaré mi historia- Dijo
mientras servía ese par de copas que por antonomasia me hacían pensar en ese
par de mamas que la evolución le había conferido a tan magnífico ejemplar del homo sapiens sapiens.
Me contó aspectos de su niñez,
problemas, alegorías, virtudes, sobre sus amigas del instituto, familiares, la
vida en Cartágena, la comida de allá, una pequeña comparación entre ambos
mundos: el europeo y el americano, la diferencia de las personas entre dos
puntos del globo, símiles, comparaciones y el mar, el mar que tanto anhelaba
como flor al sol, pero que tuvo que dejar por problemas con la familia del padre
biológico de Rogelio, hombre quien la había hecho sufrir mucho. Pero esa es
otra historia y será contada en otra ocasión.
En esa rápida hora y media que
transcurrió sólo le di un sorbo al vino que me habían servido, diferencia de
Eli quien se había tomado toda la botella mientras contaba sus anécdotas de
vida. Me había limitado a escuchar y asentir en lo que decía; nunca me atreví a
mencionar sus rojas bragas que había sentido, pues seguro desentonaría en la
conversación. Ya daban cuarto para las cuatro de la mañana y ella se andaba
tambaleando [aparentemente] por un colchón y una buena almohada.
Inexplicablemente, yo tenía poco sueño y como buen samaritano que soy, ayudé a
tan benévola mujer a subir hacia su habitación en donde encontraría a Morfeo
para amanecer con paz dentro de unas horas.
Llegamos tambaleándonos a su cuarto
y la dejé recostada en la cama. Ella se veía preciosa, como una Bella Durmiente
etílica y yo como el pervertido enanito que sabía todo menos qué hacer en ese
momento. Pensé en derivadas e integrales para dejar de lado la brutal tensión
sexual que sentí en ese momento, pensé en la tarea que debía hacer e incluso
pensé en política para despejar la mente; a pesar de que no soy de carácter
firme y sucumbo ante las tentaciones, me decidí por salir en silencio de la
habitación.
-Ea,
Federiquito… tengo algo de frío. ¿Me podrías pasar la sábana por favorsillo?- Dijo
susurrando Eli –Que me muero de frío…
venga… ayúdame-
“Ayúdame”, dicho de nuevo con ese
tono provocador al cual le agarré gusto. Como autómata, me fui hacia el ropero
y saqué una sábana azul cuadriculada y acomodé a Eli en ella. No podía creer
que estaba haciendo eso, acomodando para dormir a una mujer madura era por
sobretodo estimulante para mi sexo, que se ponía erecto con cada acercamiento a
la intoxicada dama con alcohol.
-Te
tengo, tigre- Habló de repente Eli, y me tiró de los hombros y me
puso sobre ella. Algo había cambiado radicalmente en la mujer dolida de la vida
que buscaba consuelo en un nuevo sitio hace rato. Ahora más bien parecía una
jovencita ávida de una noche sin compromisos con el primer hombre que se le
cruzara. Y ese era yo: Federiquito.
Me empezó a besar viciosamente, como
si yo fuera algún fruto prohibido que se había negado hacía ya mucho tiempo.
Sentía su respiración acelerada, ese aliento con un sabor medio a vino y esos
ojos cerrados que me decían que hiciera lo que quisiera con su cuerpo. Y así
fue. Por instinto carnal y dejando fluir toda la tensión que tenía, respondí su
invitación de guerra con besándola también, sentía cómo su lengua y la mía
tenían un encuentro de lucha grecorromana mientras ella me acariciaba la
espalda y yo quitaba de en medio nuestro las sábanas que nunca cumplieron su
función, puesto que yo estaba ahí para darle calor sólo a ella, y ella estaba
para darme placer sólo a mí.
Después de unos minutos, ella me
quitó la remera y me lamió el pecho. Me tumbó ahora hacia abajo y se lanzó
hacia mi abdomen, con su sexo pegado al mío y separado por una capa de
mezclilla y tela caqui. Me empezó la lamer ahora el cuello y en repetidas
ocasiones tuve que aguantarme los gemidos de placer, hacía mucho que no tenía
un encuentro cercano con una fémina y en ese día tan azaroso la diosa de la
buena suerte me sonrió, con tremenda mujer española que había acabado
precisamente en mi misma ciudad, con su hijo precisamente en mi misma escuela.
Oh, que el karma ya me la debía desde hace mucho.
Siento que existe un deseo inexplicable de los
hombres por jugar con senos, debido a que en cuanto la tuve sobre mí empecé a
estimulárselos con las manos mientras me seguía besuqueando todo el cuello. Con
un rápido movimiento de manos, le desabroché el sostén e inmediatamente ella se
quitó la blusa y pude observar ese par de lunas con pezones que desee desde que
tan cerca las vi hacía unas horas. Podía distinguir su silueta de mujer madura
con pecas dispuestas al azar en su conservado cuerpo, y su cabello suelto que
le conferían un toque amazónico y salvaje que me hacía excitar exponencialmente
con cada segundo que la sentía apoyada en mi entrepierna. Ella se acostó sobre
mi pecho y sentí su calor extranjero que me llenaba temporalmente en esa fría
noche, sentí cómo sus manos acariciaban, ahora juguetonamente, mis brazos y
ella olía mi tórax por alguna desconocida razón. Quizá era el perfume que
tenía, o no sé. Me es irrelevante ahora saber qué hacía que me oliera.
Le acaricié el revuelto cabello
ondulado y puse su rostro al nivel del mío. La empecé a besar ahora yo y
aprovechando la cercanía, empecé a sentir sus glúteos al tocarlos con mis
manos. Se sentían bien, pues metí mis manos dentro de su short caqui y sentía
ese par de montañas tibias que querían erosionarse por acción física de rose
con mis muslos. Quité una mano de sus nalgas y con ella empecé a dibujar
irreales en su espalda, dibujos que propiciaron una respuesta sexual muy
marcada en ella.
Me desabrochó el pantalón y acarició
momentáneamente mi masculinidad erecta. Yo, apresurado, busque el botón del
short caqui que me impedía que ella fuera sólo por una noche mía y para siempre
en mi recuerdo. Para facilitarme mi pecaminosa tarea, ella se quitó el short y
pude apenas discernir en la penumbra de la madrugada aquellas bragas rojas que
me habían incitado a empotrarla hace tiempo. Rozamos nuestra ropa interior en
un preludio a lo que sería nuestro acto principal, fue electrizante pensar que
estaría dentro de una mujer con tanta experiencia en poco tiempo. Y a la vez,
me daba un poco de miedo no hacer bien mi trabajo en lo que sería mi segunda
vez.
Después de un momento con mordiditas
eróticas, roces obscenos y susurros indecorosos, Eli se puso boca abajo y subió
su trasero en la pose universal de fuck
me. Cautelosamente y con la respiración un poco agitada, le bajé las bragas
y puse mi rostro en su húmeda y tupida vagina, acariciándola con mi nariz y
lengua en un vaivén de múltiples direcciones; ella parecía estar complacida con
mi acto bucal en su vía vaginal. La tumbé boca arriba y le separé con tenacidad
las piernas, para seguir degustando de su jugosa fruta de pecaminosidad. Sentía
cosquillas por los vellos que en vano intentaban esconder al fruto de la
tentación humana, y no me quedaba más remedio que hacerlos a un lado con mis
manos para poder sentir bebiendo del néctar de esa flor que en frente tenía.
Tomé sus pechos de nuevo, y sin dejar de lamer su entrepierna, jugué con ellos
unos momentos más, pues eran tan cálidos al tacto y estaban erectos los pezones
rojizos de esa fémina intoxicada etílicamente.
-Hazlo
ya. Que te deseo, carajos. Quiero tenerte dentro mío- Esas
palabras de ella rompieron el sexual silencio que reinaba la oscura habitación.
Siguiendo con la tradición autómata,
seguí sus órdenes al pie de la letra y me bajé la ropa interior. Tenía mi falo
bastante erecto y sin pensarlo mucho, como por acción designada por años de
naturaleza, introduje mi pene dentro de ella hasta el fondo. Ella soltó un
gemido de dolor y puso una mueca que pronto adquirió el tono de una pervertida
sonrisa. Saqué mi masculinidad de ella y dejé sólo el glande acariciando sus
labios, mi pene había quedado húmedo con los líquidos de Eli y la noche apenas
comenzaba para nosotros.
La acción combinada de una mujer con
experiencia y un joven con imaginación trae muchas ideas en poco tiempo. Pero
el cuerpo no aguanta los placeres de la carne mucho tiempo. El desgaste siempre
es inevitable, tabú odioso e indeseable. Pero esa noche fue otra cosa, esa
noche conocí persona dadivosa.
[…]
Después del último apogeo, por
alguna razón, me acerqué a su rostro y le planté un dulce beso de labios y ella
rió como una pequeña niña. Había pasado del salvajismo al infantilismo propio
de esa línea que divide a la niñez de la adolescencia. Tan mágica y tan
perfecta en ese momento.
-Bueno,
no queremos problemitas con Rogelio…- dijo con una
sonrisa de satisfacción en el rostro. –Mejor te vas ya a dormir o mañana no
comerás soufflé, Federiquito- Dijo en un tono consentidor.
-Entendido,
Elizabeth- Dije mientras recogía mis trapos regados por toda la
habitación. –Mañana tendremos una deliciosa comida- Y sonreí algo ruborizado.
-Ea,
majo. Dime Eli- Me guiñó un ojo y me devolvió el beso de labios que le
di en primera instancia.
-Jeje,
buenas noches entonces, Eli. Descansa-
-Tú
también, Federiquito. Buenas noches-
Me fui a dormir muy cansado por
tanta acción que tuve. En cuanto caí al colchón, me dormí y no desperté hasta
que un rayo de sol me bañaba la cara.
Confundido me quedé pensando en lo que había pasado anoche, preguntándome si
fue real o sólo un sueño erótico de mi persona. Bajé a la cocina y vi tres
soufflés en la mesa. Alguien había tomado uno porque había una tacita vacía.
No pregunté y sin más tomé uno.
Sabía a gloria. Por alguna razón, el platillo me confirmó que hacía muchas
horas, todo había sido real. Pero de pronto…
-¡Ea,
Federiquito! Parece que ya despertaste. ¿Podrías venir acá al sótano a ayudarme
a acomodar unas cajas… venga, ayúdame con esto que tengo entre manos- Gritó
Eli desde debajo de la casa.
-¡En
seguida voy, Eli!- Le respondí.
Dejé a medio mordido ese sabroso
soufflé y me aventuré en la que sería mi siguiente aventura.
Pero ese es otro relato erótico y
será contado en otra ocasión.
por Reinhardt Langerhans
Blog: Un elogio a la vida
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