jueves, 8 de diciembre de 2011

Un soufflé


Nota: el siguiente relato fue escrito por mi colega blogger, Reinhadrt, cuyo enlace de blog podrán encontrar al final de este suculento relato. El texto no ha sido modificado ni editado de ningún modo. 

-Ea, le caes muy bien a mi mamá-
-¿En serio?- le dije un poco preocupado a mi amigo Rogelio.
-Joder que sí, colega. Que a cada rato me ha andado diciendo que habiendo conocido magnífica persona se queda con más gusto acá-
-Oh, jeje… gracias- respondí algo nervioso, más mi amigo nunca supo qué quise esconder.
Soy de esos chicos aparentemente promedios que viven tranquilamente en una de esas ciudades semi-urbanas promedio en una escuela promedio y con amigos promedio. Nada del otro mundo. Pero cuando llegó Rogelio, el chico español, al “pueblo” mi vida tomó dirección distinta en mi camino.
Al poco tiempo de conocerle, él me invitó a su casa para que pasáramos la tarde jugando XBOX, hablando de chicas de la escuela, tomando algo de café americano y viendo películas de terror hollywoodenses. Una aparente tarde promedio para cualquier ente común de mi lugar de origen, pero entrada la noche me quería retirar porque tenía bastante tarea pendiente y como no soy de procrastinar, decidí comentarle a Rogelio que accedió a escoltarme a la puerta cuando de repente [mientras salí del portal mirando hacia atrás] que me tropiezo con una mujer y me abalanzo por obra de la física y el reflejo a agarrarme de sus hombros poniendo mi rostro peligrosamente cerca de su cuello y busto. Ella se agarró de la puerta del portal para evitar que yo me cayera sobre ella.
-Oh, jeje… mira qué torpe soy. Discúlpeme, caballerito- dijo la desconocida fémina.
-Wow…- sólo alcancé a decir al darme cuenta que tenía su busto muy cerca de mi cara. Tardé dos segundos en quitarme de ahí y me costó apartar la vista de tan glorioso horizonte.
-¡Madre! Que te he dicho que os escurrís como ninja. Mira qué le has hecho al pobre Fede, jaja- vaciló Rogelio en tono de broma para amenizar el incómodo momento.
-Jajaja, vale vale. Que no te pongas colorao’, hijo. Y bueno, ¿cómo se llama el señorito?- se dirigió a mí y me extendió la mano.
-Ehm… me llamo Federico, Federico Castillo Campos y soy amigo de su hijo- Musité un poco nervioso y le extendí la mano también.
-¡Arooo! Pero qué lindo nombre tienes, majo. Me llamo Elizabeth, pero me puedes decir Eli- Dijo muy alegremente y tomó con fuerza mi mano para acercarme hacia ella. Me dio un abrazo sumamente cariñoso como si me conociera de toda la vida y Rogelio se dirigió a ella.
-Bueno, ma’ Fede ya se va, pues tiene tareas del instituto que hacer-
-Ains… ¿pero por qué no te quedas, Federiquito? Que es viernes y estás muy joven como para estar de ratón de laboratorio. Es más, les haré un delicioso soufflé- Trató de convencerme ella… y lo logró.
-Bueno, si usted insiste, me quedaré un rato más- Dije algo apenado y confieso que igual emocionado por esa deliciosa mujer que la vida me puso en frente.
-¡Enhorabuena! Ese soufflé es legendario. Ya verás que no querrás salir de aquí en cuanto lo pruebes, ¡arooo!- gritó Rogelio hiperactivo como un niño en Navidad.
-Entonces ya está, te quedas a dormir hoy con nosotros. Mañana comeremos soufflé-  dijo con una sonrisa en el rostro y entró a la casa meneando los glúteos aparentemente con intenciones más allá que de jocosidad.
-Bueno, entonces me iré mañana- Fingí una sonrisa para no desentonar en el ambiente y entré junto a Rogelio a su casa de nuevo para seguir jugando unas partidas más en la XBOX.
Pues bueno, era su mamá una señora de porte alto y elegante, aunque ligeramente gastada por los años. De cabello castaño y ligeramente ondulado en cuyas órbitas residían un par de ojos pardos semiclaros que aún expresaban un aire de juventud encerrada en un cuerpo lacerado por Cronos. De piel trigueña y con algunas pecas, con un par de senos firmemente medianos y unas piernas largas que seguro escondían un tesoro antiguo entre ellas. Dejando de lado lo carnal, puedo comentarles que era madre soltera desde que Rogelio tenía 6 y había decidido venir a América con una tía suya a probar suerte; por un lado tenía un sentido maternal muy lindo y consentidor, por el otro se notaba que hacía mucho que no flirteaba bien con nadie. Apostaría lo que fuera que cuando joven, ella era una diosa griega encarnada de quien muchos se enamoraron.
Pasé unas horas jugando con Rogelio a darnos de balazos en un videojuego que traje de mi casa y hasta me olvidé de su madre, pero cuando alguien tocó la puerta el reflejo de mi mente me hizo adivinar quién sería.
Elizabeth nos dijo que bajáramos a comer unos huevos revueltos que ella preparó y hacía unos minutos. A juzgar por el olor, ella tenía una habilidad digna de un chef en la cocina. Así que bajamos los tres en fila india hacia el comedor y en el trayecto sentí cómo el dedo de Eli rozó eróticamente mi espalda y tuvo una repercusión en la tensión frontal de los jeans que traía puestos.
Nos sirvió la cena, unos vasos con gaseosa y se sentó junto a nosotros ver un programa sobre animales marinos muy interesante. En repetidas ocasiones, sentí cómo su pie descalzo rozaba con el mío y no tenía más remedio que moverlo constantemente en un vals de penas y sonrojamientos a 3/4. Rogelio, quien quería estudiar biología marina, no se perdía ni un segundo del show.
Hubo un punto, como a la mitad del show, cuando queriendo mostrarme macho decidí rozarle las piernas yo a Eli a ver cómo reaccionaba, lo hice y ella me miró de reojo un segundo con una cara excitante que incitaría a pecar hasta al más fiel de los monjes tibetanos.
-Rogelio, bebé. Se me olvidó subir una caja de la mudanza hace ya unos días. Está en la cochera. ¿Podrías ir a buscarla por favor, osito?- Dijo Eli de repente mientras los comerciales se ponían en el televisor.
-¡Ah! Pero sólo por los comerciales, tía- Dijo él mientras se iba del lugar y me dejaba solo ante esa mujer sin buenas intenciones para conmigo.
Se armó un pequeño silencio incómodo, pues antes de irse Rogelio le puso el conocido Mute a  la televisión.
-Bueno, Fede… ¿Cómo te va en la escuela?- Dijo ella en un tono en demasía curioso, con una mirada fija de leonesa a punto de atacar y un aire de cariño que me volvían loco.
-Pues muy bien, todo va bien- Dije sin más como reflejo ante tal espectáculo.
-Oh, pero qué guay, mi queridito Fede- Mientras acaba la oración se fue acercando a mí.
Lo siguiente jodió toda la lógica que en algún punto del día pude haber tenido. Me tomó de la mano, me miró fijamente y, sonriendo juguetonamente, me puso la mano en la recién descubierta falda que mostraba su claro muslo y parte de su poca tupida entrepierna. Pude sentir la seda roja de esa prenda íntima suya por unos instantes, ese bastión de la feminidad biológica del ser humano, ese cofre que escondía un tesoro que pocos habían alcanzado hacía tiempo y ese delicioso manjar que, yo sin saber, estaba a punto de conocer.
De no ser que Rogelio entraba de nuevo a la casa con el irrelevante menester en brazos, Eli no me hubiera quitado de ese paralelo carnal que tanto deseaba explorar. Se fue, sin más, recogiendo los platos para fregarlos luego y nos dijo que nos laváramos las manos como chicos buenos. Andaba cantando “Quimbara” de la ya difunta Celia Cruz mientras se disponía a acomodar la casa.
Nos lavamos las manos y subimos al cuarto de Rogelio para reanudar nuestros insensatos asuntos de jóvenes. Una película, más videojuegos, hablar sobre la nueva maestra que era un demonio en clase de Física y mucho verbo más que se dejó correr. Después de ver a “El Gran Dictador” del maestro Chaplin, nos preparamos para dormir plácidamente y amanecer con bien para mañana. Yo no tenía mucho sueño y desde que Rogelio se fue al baño para mear, me pegué como sanguijuela al teléfono móvil a revisar las redes sociales: “Jajaja” “XD” “Maldito sucio” y demás tonterías tecleé en las doce teclas del móvil hasta que perdí la noción del tiempo. Mi amigo estaba roncando en algún ritmo extraño de otro mundo, parecía un tronco después de caerse en la cama.
Después de que mi amigo se durmiera, me entraron ganas de ir al baño como a cualquiera después de tan “tensa” cena. Aún recordaba cómo Eli intencionalmente me había hecho tocar sus rojas bragas mientras la cena y Rogelio estaba fuera de casa recogiendo un menester que había desparecido misteriosamente de la casa. Con la escena aún en la cabeza, entré al baño con esperanza de que ella estuviera ahí… y no estaba más que el frío váter y un lavabo solitario que igualmente lograron que me bajara los pantalones pero sin motivos eróticos.
Renunciando mentalmente a mis tensiones sexuales, me lavé la cara antes de dirigirme a la salida del baño para reanudar mi sueño nocturno. Recuerdo que eran las 2 de la mañana con 19 minutos para cuando quería entrar a la habitación de Rogelio, cuando una voz proveniente del piso inferior me llamó.
-Ea, Federiquito. ¿Me podrías ayudar con el soufflé que he estado haciendo? Que está muy pesado y una mujer como yo no puede sola… venga, ayúdame con esto que tengo entre manos-
“Esto que tengo entre manos”, esas palabras fueron dichas con un tono demasiado sugestivo para mi gusto, pero algo me impulsó a bajar a ver el susodicho soufflé que nos había prometido hace ya varias horas. Bajé a la cocina y me la encontré con un par de pequeñas tacitas con el prometido alimentos. Ella vestía normal, con un mandil de segunda mano de una compañía de soda y un short caqui que era todo menos excitante. Me dio la orden de que con cuidado sacara los otros dos botecitos y los dejara a un lado de donde había dejado los otros.
-Excelente, macho- me dio una palmadita –Mañana podremos degustar mis soufflés que te volverán loco, ¡jojo!- Tomó asiento y con unas palmaditas en la base de una silla, me invitó a tomar lugar al lado suyo. Como buen caballero que soy, accedí a no rechazar tal oferta.
-¿Y bien? Di algo, Federiquito penosín. Que si no, esta cabra loca empezará a hablar de muchas cosas- Tomó una botella de vino, infiero español, que había en una caja y sacó también un par de copas.
Recordé que había leído que un fetiche de la antigua aristocracia era beber alcohol en copas en forma de los senos de sus esposas, y me dio el ominoso impulso de poner ambas copas en los senos de Eli. De algún modo supe que ella también pensaba lo mismo, pero me quedé callado un momento por la pena hasta que decidí decir algo.
-Bueno, no tengo mucho que contar, soy apenas un jovenzuelo clase media- Soné algo cortante, pero parecía que no importó mucho. Eli tomó las riendas de la charla.
-Oh, calmao’, Federiquito. Entonces te contaré mi historia- Dijo mientras servía ese par de copas que por antonomasia me hacían pensar en ese par de mamas que la evolución le había conferido a tan magnífico ejemplar del homo sapiens sapiens.
Me contó aspectos de su niñez, problemas, alegorías, virtudes, sobre sus amigas del instituto, familiares, la vida en Cartágena, la comida de allá, una pequeña comparación entre ambos mundos: el europeo y el americano, la diferencia de las personas entre dos puntos del globo, símiles, comparaciones y el mar, el mar que tanto anhelaba como flor al sol, pero que tuvo que dejar por problemas con la familia del padre biológico de Rogelio, hombre quien la había hecho sufrir mucho. Pero esa es otra historia y será contada en otra ocasión.
En esa rápida hora y media que transcurrió sólo le di un sorbo al vino que me habían servido, diferencia de Eli quien se había tomado toda la botella mientras contaba sus anécdotas de vida. Me había limitado a escuchar y asentir en lo que decía; nunca me atreví a mencionar sus rojas bragas que había sentido, pues seguro desentonaría en la conversación. Ya daban cuarto para las cuatro de la mañana y ella se andaba tambaleando [aparentemente] por un colchón y una buena almohada. Inexplicablemente, yo tenía poco sueño y como buen samaritano que soy, ayudé a tan benévola mujer a subir hacia su habitación en donde encontraría a Morfeo para amanecer con paz dentro de unas horas.
Llegamos tambaleándonos a su cuarto y la dejé recostada en la cama. Ella se veía preciosa, como una Bella Durmiente etílica y yo como el pervertido enanito que sabía todo menos qué hacer en ese momento. Pensé en derivadas e integrales para dejar de lado la brutal tensión sexual que sentí en ese momento, pensé en la tarea que debía hacer e incluso pensé en política para despejar la mente; a pesar de que no soy de carácter firme y sucumbo ante las tentaciones, me decidí por salir en silencio de la habitación.
-Ea, Federiquito… tengo algo de frío. ¿Me podrías pasar la sábana por favorsillo?- Dijo susurrando Eli –Que me muero de frío… venga… ayúdame-
“Ayúdame”, dicho de nuevo con ese tono provocador al cual le agarré gusto. Como autómata, me fui hacia el ropero y saqué una sábana azul cuadriculada y acomodé a Eli en ella. No podía creer que estaba haciendo eso, acomodando para dormir a una mujer madura era por sobretodo estimulante para mi sexo, que se ponía erecto con cada acercamiento a la intoxicada dama con alcohol.
-Te tengo, tigre- Habló de repente Eli, y me tiró de los hombros y me puso sobre ella. Algo había cambiado radicalmente en la mujer dolida de la vida que buscaba consuelo en un nuevo sitio hace rato. Ahora más bien parecía una jovencita ávida de una noche sin compromisos con el primer hombre que se le cruzara. Y ese era yo: Federiquito.
Me empezó a besar viciosamente, como si yo fuera algún fruto prohibido que se había negado hacía ya mucho tiempo. Sentía su respiración acelerada, ese aliento con un sabor medio a vino y esos ojos cerrados que me decían que hiciera lo que quisiera con su cuerpo. Y así fue. Por instinto carnal y dejando fluir toda la tensión que tenía, respondí su invitación de guerra con besándola también, sentía cómo su lengua y la mía tenían un encuentro de lucha grecorromana mientras ella me acariciaba la espalda y yo quitaba de en medio nuestro las sábanas que nunca cumplieron su función, puesto que yo estaba ahí para darle calor sólo a ella, y ella estaba para darme placer sólo a mí.
Después de unos minutos, ella me quitó la remera y me lamió el pecho. Me tumbó ahora hacia abajo y se lanzó hacia mi abdomen, con su sexo pegado al mío y separado por una capa de mezclilla y tela caqui. Me empezó la lamer ahora el cuello y en repetidas ocasiones tuve que aguantarme los gemidos de placer, hacía mucho que no tenía un encuentro cercano con una fémina y en ese día tan azaroso la diosa de la buena suerte me sonrió, con tremenda mujer española que había acabado precisamente en mi misma ciudad, con su hijo precisamente en mi misma escuela. Oh, que el karma ya me la debía desde hace mucho.
 Siento que existe un deseo inexplicable de los hombres por jugar con senos, debido a que en cuanto la tuve sobre mí empecé a estimulárselos con las manos mientras me seguía besuqueando todo el cuello. Con un rápido movimiento de manos, le desabroché el sostén e inmediatamente ella se quitó la blusa y pude observar ese par de lunas con pezones que desee desde que tan cerca las vi hacía unas horas. Podía distinguir su silueta de mujer madura con pecas dispuestas al azar en su conservado cuerpo, y su cabello suelto que le conferían un toque amazónico y salvaje que me hacía excitar exponencialmente con cada segundo que la sentía apoyada en mi entrepierna. Ella se acostó sobre mi pecho y sentí su calor extranjero que me llenaba temporalmente en esa fría noche, sentí cómo sus manos acariciaban, ahora juguetonamente, mis brazos y ella olía mi tórax por alguna desconocida razón. Quizá era el perfume que tenía, o no sé. Me es irrelevante ahora saber qué hacía que me oliera.
Le acaricié el revuelto cabello ondulado y puse su rostro al nivel del mío. La empecé a besar ahora yo y aprovechando la cercanía, empecé a sentir sus glúteos al tocarlos con mis manos. Se sentían bien, pues metí mis manos dentro de su short caqui y sentía ese par de montañas tibias que querían erosionarse por acción física de rose con mis muslos. Quité una mano de sus nalgas y con ella empecé a dibujar irreales en su espalda, dibujos que propiciaron una respuesta sexual muy marcada en ella.
Me desabrochó el pantalón y acarició momentáneamente mi masculinidad erecta. Yo, apresurado, busque el botón del short caqui que me impedía que ella fuera sólo por una noche mía y para siempre en mi recuerdo. Para facilitarme mi pecaminosa tarea, ella se quitó el short y pude apenas discernir en la penumbra de la madrugada aquellas bragas rojas que me habían incitado a empotrarla hace tiempo. Rozamos nuestra ropa interior en un preludio a lo que sería nuestro acto principal, fue electrizante pensar que estaría dentro de una mujer con tanta experiencia en poco tiempo. Y a la vez, me daba un poco de miedo no hacer bien mi trabajo en lo que sería mi segunda vez.
Después de un momento con mordiditas eróticas, roces obscenos y susurros indecorosos, Eli se puso boca abajo y subió su trasero en la pose universal de fuck me. Cautelosamente y con la respiración un poco agitada, le bajé las bragas y puse mi rostro en su húmeda y tupida vagina, acariciándola con mi nariz y lengua en un vaivén de múltiples direcciones; ella parecía estar complacida con mi acto bucal en su vía vaginal. La tumbé boca arriba y le separé con tenacidad las piernas, para seguir degustando de su jugosa fruta de pecaminosidad. Sentía cosquillas por los vellos que en vano intentaban esconder al fruto de la tentación humana, y no me quedaba más remedio que hacerlos a un lado con mis manos para poder sentir bebiendo del néctar de esa flor que en frente tenía. Tomé sus pechos de nuevo, y sin dejar de lamer su entrepierna, jugué con ellos unos momentos más, pues eran tan cálidos al tacto y estaban erectos los pezones rojizos de esa fémina intoxicada etílicamente.
-Hazlo ya. Que te deseo, carajos. Quiero tenerte dentro mío- Esas palabras de ella rompieron el sexual silencio que reinaba la oscura habitación.
Siguiendo con la tradición autómata, seguí sus órdenes al pie de la letra y me bajé la ropa interior. Tenía mi falo bastante erecto y sin pensarlo mucho, como por acción designada por años de naturaleza, introduje mi pene dentro de ella hasta el fondo. Ella soltó un gemido de dolor y puso una mueca que pronto adquirió el tono de una pervertida sonrisa. Saqué mi masculinidad de ella y dejé sólo el glande acariciando sus labios, mi pene había quedado húmedo con los líquidos de Eli y la noche apenas comenzaba para nosotros.
La acción combinada de una mujer con experiencia y un joven con imaginación trae muchas ideas en poco tiempo. Pero el cuerpo no aguanta los placeres de la carne mucho tiempo. El desgaste siempre es inevitable, tabú odioso e indeseable. Pero esa noche fue otra cosa, esa noche conocí persona dadivosa.
[…]
Después del último apogeo, por alguna razón, me acerqué a su rostro y le planté un dulce beso de labios y ella rió como una pequeña niña. Había pasado del salvajismo al infantilismo propio de esa línea que divide a la niñez de la adolescencia. Tan mágica y tan perfecta en ese momento.
-Bueno, no queremos problemitas con Rogelio…- dijo con una sonrisa de satisfacción en el rostro. –Mejor te vas ya a dormir o mañana no comerás soufflé, Federiquito- Dijo en un tono consentidor.
-Entendido, Elizabeth- Dije mientras recogía mis trapos regados por toda la habitación. –Mañana tendremos una deliciosa comida- Y sonreí algo ruborizado.
-Ea, majo. Dime Eli- Me guiñó un ojo y me devolvió el beso de labios que le di en primera instancia.
-Jeje, buenas noches entonces, Eli. Descansa-
-Tú también, Federiquito. Buenas noches-
Me fui a dormir muy cansado por tanta acción que tuve. En cuanto caí al colchón, me dormí y no desperté hasta que un rayo de sol  me bañaba la cara. Confundido me quedé pensando en lo que había pasado anoche, preguntándome si fue real o sólo un sueño erótico de mi persona. Bajé a la cocina y vi tres soufflés en la mesa. Alguien había tomado uno porque había una tacita vacía.
No pregunté y sin más tomé uno. Sabía a gloria. Por alguna razón, el platillo me confirmó que hacía muchas horas, todo había sido real. Pero de pronto…
-¡Ea, Federiquito! Parece que ya despertaste. ¿Podrías venir acá al sótano a ayudarme a acomodar unas cajas… venga, ayúdame con esto que tengo entre manos- Gritó Eli desde debajo de la casa.
-¡En seguida voy, Eli!- Le respondí.
Dejé a medio mordido ese sabroso soufflé y me aventuré en la que sería mi siguiente aventura.
Pero ese es otro relato erótico y será contado en otra ocasión.

por Reinhardt Langerhans

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