domingo, 2 de octubre de 2011

De mi primera vez


-Te tengo ganas.
Al principio pensé que se trataba de alguna broma que me estaba jugando para hacerme quedar en ridículo más tarde. Aún así, le seguí la corriente:
-¿Ganas de qué?
-Mira, no vayas a pensar que soy una chica fácil que lo hace con cualquiera. Lo que pasa es que desde hace tiempo que quiero hacerlo contigo.
Conocí a Margaret hace 3 años en la escuela. Había entrado para el último año de clases y fui su primer amigo. Hablábamos todo el tiempo, incluso durante clases, conociéndonos y coincidiendo en casi todos nuestros pasatiempos, y poco tiempo después, nos empezamos a coger de las manos y a decirnos palabras cariñosas. Nunca llegamos a ser novios porque (hasta ahora no recuerdo cómo), nos distanciamos: se sentaba lejos de donde solíamos sentarnos, ya ni nos saludábamos y creo que incluso llegamos a odiarnos. Terminamos el colegio y nos fuimos a diferentes universidades. Luego de eso no volvimos a hablarnos hasta el día de hoy (me atemorizaba hablarle por el hecho de que me mande al carajo). Entonces pienso que ahora está tratando de vengarse por algo que no recuerdo haber hecho.
-No, no pienso eso, Margaret. 
-Entonces... ¿podemos quedar un día para vernos y hacerlo?
Olvidé mencionar que era virgen en eso entonces y estaba seguro que ella ya no lo era. Tenía que moverme estratégicamente para no hacerlo notar.
-Sí, yo también te tengo ganas en realidad.
-¿Con cuántas chicas lo has hecho? Dime la verdad.
-Con seis no más.-Me arrepentí en el instante que presioné la tecla enter: ¿qué clase de imbécil inventa algo así?
-Vaya... debes ser bastante bueno en la cama, ya sabes, por la experiencia.
-Jajajá... bueno, eso tendrías que averiguarlo tú misma. ¿Tú con cuantos te has acostado?
-Con varios.
-Gracias por la exactitud. 
-Jajajá, sonso, te lo diré cuando nos veamos.
Y quedamos para encontrarnos en un lugar céntrico de la ciudad tres semanas después. Durante la espera, hablábamos diariamente por el chat y por teléfono. Hablábamos y nos contábamos acontecimientos que habían sucedido a lo largo de nuestro distanciamiento, de sus experiencias sexuales y las inventadas experiencias mías, me aclaró muchas veces que no quería nada serio, solo quería sexo; quería que seamos eso que ahora llaman “amigos con derechos”. No tuve problema alguno en aceptar eso, después de todo, tenía muchas ganas de debutar. Llegó el día esperado y sentí muchos nervios, nervios de verla de nuevo después de mucho tiempo. Llegué 15 minutos más temprano de lo indicado y la esperé intranquilamente en una banca mientras escuchaba música. Llegó sorprendiéndome haciendo el clásico amague de tocar mi hombro causando que voltee para el lado equivocado. Me saludo con una gran sonrisa, como si se hubiera alegrado de verme.
-Hola, Fernando, qué bueno volver a verte después de siglos.
-Ho-hola, Margaret, igual, igual.- Le dije mostrando una sonrisa nerviosa.
-Te veo más delgado.
-Sí, bueno, estuve ejercitándome, gracias. Tú siempre has sido delgada y sigues con la misma sonrisa. 
-Eras una bolita cuando estudiábamos juntos.
-Por favor, no me lo recuerdes. Jajajajá.
-¿Tu casa está cerca?
-Sí, llegamos bastante rápido.
Ella me siguió y la miraba de soslayo constantemente, su cabello lacio y castaño que terminaba en su cintura quebrada, sus redondos pero no tan grandes pechos (como me gustaban), sus largas piernas... la empecé a recordar mejor y me quedé contemplándola un buen rato en el colectivo camino a mi casa.
-¿Por qué me miras tanto?
-No, no para nada, me he quedado mirando el vacio. Lo siento.
Ella se acercó a mi oído como para susurrarme algo.
-Más tarde te enseñaré todo lo que estás imaginando.
Su aliento caliente me puso la oreja un poco roja y sus palabras hicieron que en mis pantalones se armara una pequeña carpa producto de mi erección. Ella se dio cuenta de eso y pasó mi mano por mi entrepierna. “Parece que te prendes rápido y eso me gusta”. Se acercó a mis labios y nos besamos por primera vez. Me besó despacio con sus labios que estaban tibios y sentí su delgada lengua mientras rozaba con la mía. Terminamos de besarnos y ella me sonrió con su cara de niña. Durante todo el resto del viaje no compartimos demasiadas palabras hasta llegar a mi casa. 
-Mi cuarto está por aquí.
La cogí de la mano y la llevé hasta mi habitación, que estaba resplandeciendo gracias a la luz del sol que entraba violentamente a través de las cortinas. La solté y empezó a caminar observando curiosamente los diferentes objetos de mi habitación. “Qué cuarto tan fabuloso” “¿Esas son tus guitarras?”. Yo me senté en el filo de mi cama, muy nervioso por no saber qué hacer, cómo disimular que soy virgen. Ligeramente camino hacía mí y se sentó a mi lado, se echó con la lentitud de una pluma y yo hice lo mismo. La abracé y me empezó a morder la mano.
-No me abraces, tonto.
-No me duele tu mordida.
Me mordió más fuerte, causándome verdadero dolor esta vez.
-Está bien, esta vez sí me dolió.
Se rió muy fuerte y me empezó a besar. Nos besamos apasionadamente, como si hubiera fuego envolviéndonos y me puse sobre ella, besándole el cuello y bajando lentamente por sus pechos. Le saqué rápidamente la blusa y el sostén. Caí en sus senos que estaban calientes y empecé a succionar sus pequeños pezones mientras los tocaba fuertemente. Con una mano, desabotoné sus pantalones y metí mi mano bajo sus bragas. Estaba mojada y metí mis dedos con brusquedad. Nunca antes había tocado un coño, sentí su clítoris pero me fui en picada a penetrarla con mis dedos y lo hice rápido como había visto en las cortos pornográficos amateur que solía ver. “Me estás lastimando”. “Lo siento, lo siento”. Entonces ella se terminó de sacar la ropa hasta quedar completamente desnuda. Me quedé ensimismado, veía a una mujer desnuda en persona y no lo podía creer, no podía creer que la vaya a follar. Me eché boca arriba en mi cama y ella empezó a besarme hasta llegar a mis pantalones como yo había hecho. "No tiembles" me decía con voz muy baja mientras lo hacía, me desvistió sin apuro y se sentó sobre mí. Pero no pude sentir nada: no tenía el falo erecto.

-Fernando, ammm... no siento nada.
-Perdona, no sé que me pasa
-¿No puedes hacer nada para, ya sabes, animarlo?
-Tal vez si le das una chupadita lo despertarás.
-¿Seguro?
-Sí, de verdad, siempre funciona- no lo podía creer, había accedido a hacerme una mamada así de fácil.
Agarro mi encogido pene con dos dedos y, difícilmente, se lo metió a la boca. Felizmente, empezó a erectarse mientras sentía su húmeda lengua recorrer mi tronco y veía mover su cabeza arriba y abajo. Lo hacía deliciosamente rico. 
-Parece que sí funciona, jajá.
-Sí, sí, no te detengas, por favor.
Se cansó de lamer mi falo y se sentó de nuevo sobre mí. Sentí como entraba la cabeza suavemente, estaba confortablemente caliente, me excitó muchísimo y entonces empezó a saltar sobre él. Sentí un placer único, miles de veces mejor que la masturbación. De pronto, se detuvo.
-¿Qué pasa?-le pregunté.
-De nuevo está pasando.
Tenía razón, se había puesto flácido. Ya me había empezado a desesperar.
-Tal vez te la has estado corriendo demasiado.
-Sí, es muy probable.
-Bueno, eso explica mucho...será mejor que me vaya.
Entré en pánico, si la dejaba ir, no volvería a tener sexo con ella y le diría a todo el mundo que mi pene no funciona. 
-No, espera, no te vayas- le dije cogiéndola fuertemente del brazo.
-Ayy...¿qué te pasa? ¡suéltame!
-No quiero que te vayas. - y le apreté aún más el brazo.
-Me estás haciendo daño, idiota.
-No te vas a ir ningún lado, zorra.
Se quiso soltar pero no pudo, la agarré con todas mis fuerzas con los dos brazos y, aún desnuda, la tumbé sobre la cama y (con mi falo extremadamente duro), la penetré con violencia, como un animal salvaje. De las lágrimas que había brotado producto de la violencia, empezó a gemir y a morderse los labios “qué rico. Sigue, sigue, no te detengas”. Lo hice con mucha más velocidad y eyaculé dentro de su coño de donde ahora chorreaba mi blanco y espeso semen.
-Wow, eso fue...espectacular-me dijo muy agitada.
-Perdona por hacerte daño, Margaret.- le dije cabizbajo.
-Descuida, a mí me encantó. ¿Cuándo lo repetimos?

Y así fue como perdí mi virginidad y, lo mejor de todo, fue que ella nunca se dio cuenta ni se enteró que era virgen. No me gustó mucho la idea de que seamos amigos con derechos. Pues, se veía mal llamarla solo para tener sexo y, por cosas del destino, me llegué a enamorar de ella. Ahora somos una pareja sexualmente activa y nos divertimos haciéndolo en todo lugar como en el cine, en la universidad, en la casa de alguno de nuestro amigos a escondidas, manoseándonos en el bus, etc. 

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